La última de nuestras discusiones conyugales se produjo con la llegada al mundo de una niña y es que nunca pensamos que sería tan difícil elegir un nombre. Mi mujer deseaba una niña hermosa y risueña: la llamaremos Rosa o Violeta, o mejor, Afrodita, me importunaba. Pero yo lo tenía ya demasiado claro: ansiaba una hijita triunfadora, Victoria o Estrella…Es cierto que por un momento pensé que terminaríamos poniéndole Remedios o Milagros porque no lográbamos llegar a un acuerdo pacífico, pero bastó un nombre de tres letras para sellar por fin nuestra definitiva reconciliación.Texto: Daniel Sánchez Bonet