Supersticiones del embarazo en el mundo grecorromano

Publicado el 04 septiembre 2020 por Tdi @RLIBlog


Los humanos no somos muy partidarios de la incertidumbre y nos tranquiliza tenerlo todo bajo control. Igual que mirábamos a las estrellas para predecir el futuro e intentábamos controlar la naturaleza, hemos querido dominar nuestro propio cuerpo. De esta manera, ajustábamos todo a nuestras expectativas, evitando obstáculos que nos obliguen a desviarnos de nuestro camino.

Es por ello que hemos querido controlar la descendencia generada. Poder elegir entre un hijo o una hija permitía facilitar el porvenir. Por lo general, desde las poderosas monarquías a los humildes campesinos, la balanza se inclinaba generalmente a favor de procrear un hijo. Sin embargo, aunque lo habitual es que haya un 50% de posibilidades de tener uno u otro, la suerte no acompañaba. Por eso desde antiguo se usaron métodos para aumentar las posibilidades de éxito.

En la antigüedad, el control del sexo de los descendientes se basaba en razonamientos sin una base empírica. Es decir, nadie había comprobado si la teoría era cierta, y tampoco había medios para hacerlo.

Aristóteles en el cuarto volumen de De generatione Animalium decía que Anaxágoras argumentaba que los varones se generaban en el testículo derecho y las hembras en el izquierdo, siguiendo la misma disposición en los ovarios. La contrastaba con la opinión de Empédocles, que defendía que el tiempo pasado desde la menstruación alteraba la temperatura del ovario, es decir, más caliente cuanta más próxima fuera. De esta manera, los niños nacerían con un útero caliente, mientras las niñas lo harían con un útero frío. Demócrito de Abdera criticaba esta idea, especialmente porque no explicaría la existencia de mellizos de distinto sexo, y concebía que la determinación del sexo dependía de si prevalecía la semilla del padre o de la madre. Aristóteles, descreditando a Empédocles y a Anaxágoras, argumentó que los hombres podían engendrar tanto niños como niñas.

Según Plinio el viejo, la alimentación podía influir en el sexo del hijo gracias a las propiedades de algunas partes de los animales. Una ternera asada con Aristolochia aseguraría la concepción de un niño. Ocurría lo mismo si tras el coito se consumía testículos de gallos, placenta de liebre o testículos de conejo. Según Galeno, también podía aplicarse en el cuerpo grasa de ganso con resina de cornicabra ( Pistacia terebinthus) durante dos días antes de la cópula.

Galeno ofrecía la posibilidad de elegir, consciente o inconscientemente, el sexo del bebé. Si se deseaba un niño, antes de tener sexo debía atarse un filete blanco en la pierna derecha si quería tener un niño. Si por el contrario prefería a una niña, debía atarse un lazo negro a la pierna izquierda. Una opción con más fundamento requería colocarle perejil en el pelo a la mujer sin que se diera cuenta. El sexo de su hijo se correspondería con el de la primera persona a la que se dirigiese.

En el séptimo capítulo de De Steril, Hipócrates enseñaba que haciendo una pasta con leche y harina, cociéndola a fuego lento se podía saber el sexo del bebé. Si se quemaba, sería un niño. Si se agrietaba y rompía, sería una niña. También se podía verter leche en las hojas. Si se condensaba, sería niño; si no, sería niña. Además de esto, señalaba que en la disposición de los pechos de la mujer se podía distinguir el sexo de la criatura: si apuntaban hacia arriba, sería un niño; si lo hacían hacia abajo, sería una niña.

Aristóteles también comentaba que el agua fría provocaba el nacimiento de niñas, mientras que si en el décimo día tras la concepción presentaba cefaleas, visión borrosa, desagrado por la comida y un estómago más alto, sería un niño. También decía que en este caso, las mujeres presentaban mejor coloración y tenía movimientos en el vientre en el 40º día, en contraste con el 19º día en las niñas.

Mosquión en De Mulierum Pas­sionibus decía que si el "feto" se movía vigorosamente tras la concepción, sería un niño. Para Mosquión, si se hinchaba el pecho derecho, el hijo sería un niño, mientras que en caso opuesto sería una niña.

Los ganaderos seguían los consejos de Aristóteles, que decía que las cabras concebían machos cuando soplaba el viento del norte durante la concepción, y hembras cuando soplaba el viento del sur. Según Plinio, al ganado se le ataba el testículo izquierdo o derecho según la progenie deseada. Además, Varrón en De re rustica apuntaba que en la concepción, el macho descendía más por la derecha si producía un macho y por la izquierda si era una hembra.

Según Pausanías, los animales que bebían en primavera en el río Caradro producían machos, por lo que pastores apartaban a sus animales del río en esta época, exceptuando a las vacas, ya que los toros eran más adecuados para los sacrificios.

Según Aristóteles, los huevos de hembras eran más puntiagudos, mientras los huevos de machos eran más redondeados, aunque otros autores opinaban lo opuesto.

    McCartney, E. S. (1922). Sex determination and sex control in antiquity. The American Journal of Philology, 43(1), 62-70.