Tradicionalmente, todas las culturas tienen supersticiones. Las aprendemos de pequeños y nos acompañan a lo largo de nuestra vida. No sabemos quién las ha inventado ni cuál es su origen pero, aun así, la mayoría de nosotros no las ponemos en duda. Puede que nos las creamos más o que nos las creamos menos pero, en cierto modo, modifican nuestro día cotidiano, nos condicionan.
Quizá en lo que más puedan influir estas supersticiones es en tener un “buen día” o un “mal día”. Esto sí que es más serio. No porque el gato, la escalera , el espejo, el paraguas tengan el poder de estropearnos el día, sino porque somos nosotros mismos los que, con esta falsa creencia, empezamos a ser más negativos y empezamos a hacer que, inconscientemente, las cosas no nos vayan tan bien. Este fenómeno se conoce como el “Efecto Pigmalión” o, también conocido como, la “Profecía autocumplida”. A modo resumen, éste efecto nos enseña que si pensamos en que nos pasará algo positivo, es muy probable que nos pase algo positivo (efecto Pigmalión positivo); por el contrario, si pensamos que nos pasará algo negativo, probablemente nos sucederá algo negativo (efecto Pigmalión negativo). Me encantaría profundizar en esto, pero no me quiero extender demasiado. Podéis consultar más información en la web, por ejemplo: http://es.wikipedia.org/wiki/Efecto_Pigmali%C3%B3n.