Es fácil hacer la comparación, siguiendo la descripción del mito de cómic que hace Carlos García Gual en su Diccionario de Mitos (Turner Publicaciones), en la reciente edición especial conmemorativa del veinte aniversario de la primera publicación de la obra. Veámoslo.
La simbiosis de ambos, Supertrump, muestra un carácter aparentemente afable pero inestable, con explosiones de ira cuando le contradicen o no respetan sus manías, cual niño grande, maleducado y caprichoso. Suele buscar refugio en la soledad, lejos de sus aduladores y críticos, ya sea en una base secreta del ártico o en un dormitorio que no comparte ni con su esposa, encerrado consigo mismo. Y exhibe un ego desmedido que exige ser reconocido y admirado constantemente, que le induce a anunciarse a sí mismo con esa “S” en el pecho y capa de su uniforme o la “T”, cuando no el apellido completo, en los edificios que construye. Todo ha de girar entorno suyo, el mundo entero ha de asumir su formidable genialidad. Pero oculta una doble vida y algunas debilidades, disfrazándose de lo que no es, aparentando una feliz vida familiar o negando relaciones turbias y escarceos sexuales con mujeres explosivas, siempre dispuestas a satisfacer al poderoso. Así es Supertrump, el Supermán de este tiempo para los infantiles ojos de muchos norteamericanos y algún que otro delirante europeo que pretende emularlo.