Suplicame esclava | Alba Duro - pdf

Publicado el 18 diciembre 2018 por Misterdilan

Los gritos en medio de la carretera, hubieran despertado a cualquiera. Pero no en ese lugar olvidado por Dios.

Elena corría con todas las fuerzas de su cuerpo, había sido descubierta robándose dos barras de pan y una botella de agua. Corría con las cosas en sus manos, con el bolso en la espalda.

La perseguía un hombre gordo, alto y con marcas de sudor en su cuello y las axilas. Sus pasos se sentían y escuchaban pesados mientras que los de ella eran ligeros y suaves, como un ciervo que huía.

Logró esconderse en una gasolinera abandonada. Trató de calmar la respiración y el dolor de sus pantorrillas. Rezó internamente para que no la descubrieran.

Eran los minutos más aterradores que jamás había vivido. Imaginó su rostro sobre el suelo, cubierto de sangre, lágrimas y dolor. Cerró los ojos y esperó...

Y esperó. No escuchó más ruidos y las sombras amenazantes habían desaparecido, sólo había la misma oscuridad de siempre más el canto de los grillos. Respiró fuerte y salió lentamente de su escondite. Sintió las piernas débiles aunque pudo incorporarse con rapidez.

Temblaba con fuerza y trata de repetirse a sí misma.

-Venga, ya ha pasado todo.

Dio unos tantos pasos y se sintió a salvo. Ahora lo que restaba era encontrar un sitio no tan siniestro para comer el botín. Había una pequeña pradera cerca de la estación y fue en esa dirección. No hay luces ni ruidos, sólo el cielo y las estrellas. Para Elena fue el momento más bonito del día y de lo que llevaba fuera de casa. Lloró un poco y secó las lágrimas con la ya desgastada chaqueta vaquera. Afortunadamente no sintió frío.

Dos barras de pan, una botella de agua y una manzana. Nada mal. Aunque estaba apenada por lo que había hecho, el hambre era más fuerte que la consciencia. Había pasado varios días sin comer apropiadamente y todo aquello le resultaba un banquete. Sin esperar más, tomó la barra de pan que tenía más cerca y comenzó a devorarla en un santiamén.

Al terminar, se echó sobre el césped y quedó tendida sobre este, viendo las estrellas y disfrutando de la brisa que hacía. Era libre, después de tanto, era libre.

Elena había escapado de una familia abusiva. Una madre alcohólica, un padre golpeador y un par de hermanos delincuentes. Planificó su huida tantas veces que temía fallar, no había razón de regresar a esa pesadilla.

Estando así, vio el costado aún golpeado de la última vez. Le habían lanzado una plancha y cayó justamente allí, en el hueso de la cadera. Puso los dedos y sintió un poco de dolor, aunque era lejano.

La brisa fría le recordó que por más bello que se viera el cielo, debía buscar refugio para esa noche. Tomó los restos de pan y la botella de agua. Permaneció un tiempo de pie y regresó luego por el camino que había encontrado en la pradera. Su escondite de hacía unas horas se convirtió en habitación.

Elena aún dormitaba cuando escuchó el grito de un hombre que pateaba al mismo tiempo, el recipiente de latón que tenía al lado.

No le contestó, sólo se limitó a verlo con el mayor desprecio que podía demostrar. Él sólo la miró con una mezcla de burla e indiferencia.

Comenzó a caminar hacia lo que era la salida del pueblo. Tomó un mapa y calculó que llegaría a su destino, con suerte, al día siguiente. Suspiró de decepción y no le quedó de otra que racionar lo poco que tenía y hacer de tripas corazón.

El sol estaba inclemente, insoportable. Aun así no podía parar porque eso sólo la retrasaría más.