Supongamos que tengo ante mí una extensión ilimitada, pero mi percepción finita me la presenta como limitada. Si afirmo que la extensión se expresa en mí como limitada, cuando en realidad es ilimitada, ¿no estaré confesando padecer una ilusión, aunque no sea un sueño ni un delirio? Pues la extensión sólo puede ser limitada o ilimitada, y si se expresa como limitada cuando realmente es ilimitada, se expresa como lo que no es. Y todo lo que se expresa de un modo opuesto a como es realmente debe tenerse por engañoso, definiéndose el engaño como un aparecer contrario al ser real. Análogamente, tal engaño se dará en el movimiento si, requiriendo éste la extensión y la divisibilidad, negamos que tales se den en la sustancia. Por lo que en este punto la tesis de Parménides y la de Spinoza vendrían a coincidir.
No estoy diciendo que para Spinoza el movimiento no suceda y sea una suerte de desvarío. Digo que el movimiento, como ficción de los sentidos, da una apariencia de multiplicidad y cambio a una realidad unitaria e inmutable. Es como el circular de una gota de agua en una corriente marina: podemos conceptualizar la gota como realidad separada, pese a ser una unidad indivisible con la corriente. No dudamos que la gota existe, ya que tiene un ser real como partícula de agua, pero, si está en el agua y todo es agua, no podrá ser divisible, porque el agua no divide al agua, ni tampoco podrá moverse, ya que el agua será incapaz de desplazarse hacia algo que no sea agua. Por consiguiente, decir que la gota se mueve no es hablar sobre la realidad, sino un mero antojo lingüístico, habida cuenta que la gota no tiene una forma o tamaño determinados al estar rodeada y penetrada por otras gotas, esto es, que tanto puede ser esférica como piramidal, o tanto puede contener un sorbo de agua como el caudal de todo el océano, siendo su noción un fingimiento de nuestra facultad imaginativa y no un concepto que podamos afirmar clara y distintamente.