Los que recuerden aquellos primeros años de Image, recordarán que la máxima de Liefeld y cía. no era otra que la de publicar un proyecto tras otro, donde lo principal era el apartado gráfico. Liefeld, odiado por mucho y (esperemos) queridos por algunos, publicó “joyas” como Youngblood, donde superhéroes hipertrofiados se dedicaban a exhibir músculos. En su tercer número, llegó el personaje de Supreme, un héroe violento y copia barata de un Superman al que han despojado de ese sentido del bien y el mal. Aunque servidor siguió a Youngblood un tiempo (si, todos tenemos cadáveres en nuestros armarios…), ni siquiera se me ocurrió pensar en seguir a Supreme. Afortunadamente, durante los primeros cuarenta números de la serie, no estaba Alan Moore. Pero, en el número #41 desembarcó Moore. Y, lo mejor de todo, es que lo hacía imponiendo sus condiciones: Crear a su propio Superman.
Desgraciadamente, en España lo vimos entre Dolmen y Recerca quienes, no supieron/pudieron estar a la altura. No me equivoco si digo que pasó muy desapercibida. Así que la reedición nos otorga una segunda oportunidad. Si, en tamaño de bolsillo, que por otra parte no me parece tan extraño y me resulta mas cómodo que las ediciones omnibus, y con un precio competitivo, 21,9€.
Desde el primer momento, Moore sabe a lo que juega. Supreme es el Superman que siempre quiso tener, el mismo que vimos en ¿Qué le ocurrió al hombre del mañana?. Así que se lanza a mostrarnos a un personaje amnésico que, para recuperar su memoria, no solo irá haciendo frente al presente, sino que recordará su pasado, tanto en su identidad superheróica como al convertirse en Ethan Crane, la identidad secreta de nuestro protagonista.
Poco a poco, vamos conociendo quien es Supreme, quien fue y quienes le acompañaron hasta convertirse en un arquetipo de superhéroe. Gracias a la inclusión de flashbacks con ese estilo de los años cuarenta, donde se desarrollan historias de dicha época, tendremos una radiografía completa del personaje. Moore, consciente de que Supreme era un personaje sin alma, le dota de ella, consiguiendo que no solo el propio personaje, sino todo el elenco de secundarios que le rodean, estén ahí por un fin y no tan solo como relleno.
Se puede discutir si estamos ante un Moore descafeinado o el que busca, con inteligencia y buen hacer, que el lector sea su cómplice en su deconstrucción del mito de Superman. En cualquier caso, el genio del guionista es tal que estamos ante una obra excelente.