De los Rolling Stones me fascina la voluntad de sobrevivir en una medida parecida, menos heroica tal vez, a la voluntad de trascender y ninguna banda ha trascendido como esta y, a la vista del infame negocio del rock y de los volubles y huidizos afectos de las estrellas que lo pueblan, dudo que haya alguna que en el futuro celebre su cincuentenario con la arrogancia, el sentido del deber y la profesionalidad de estos muchachos ingleses. Admiro la épica tóxica que exudan. Acepto que la argamasa que los mantiene compactos es la pasta. Detrás de una gran banda hay siempre un asesor financiero, un lumbreras en regatear al fisco, uno de esos cerebros en la sombra que, sin tocar ninguna instrumento, hace que quienes los tocan lo hagan de un modo mucho más entusiasta. De los Rolling, justo hoy que hace cincuenta años que subieron al escenario del Marquee en Londres, prefiero lo sucio, los vínculos pedestres con el blues de Chicago que mamaron entonces, el olor a pantano y a whisky, la áspera evidencia de que en realidad son los nobles embajadores de un mundo idílico, el del rock considerado como una de las más bellas artes.
De los Rolling Stones me fascina la voluntad de sobrevivir en una medida parecida, menos heroica tal vez, a la voluntad de trascender y ninguna banda ha trascendido como esta y, a la vista del infame negocio del rock y de los volubles y huidizos afectos de las estrellas que lo pueblan, dudo que haya alguna que en el futuro celebre su cincuentenario con la arrogancia, el sentido del deber y la profesionalidad de estos muchachos ingleses. Admiro la épica tóxica que exudan. Acepto que la argamasa que los mantiene compactos es la pasta. Detrás de una gran banda hay siempre un asesor financiero, un lumbreras en regatear al fisco, uno de esos cerebros en la sombra que, sin tocar ninguna instrumento, hace que quienes los tocan lo hagan de un modo mucho más entusiasta. De los Rolling, justo hoy que hace cincuenta años que subieron al escenario del Marquee en Londres, prefiero lo sucio, los vínculos pedestres con el blues de Chicago que mamaron entonces, el olor a pantano y a whisky, la áspera evidencia de que en realidad son los nobles embajadores de un mundo idílico, el del rock considerado como una de las más bellas artes.