Sea como fuere, lo cierto es que los ventrílocuos de Díaz en el PSOE han desvelado el secreto menos enigmático de cuantos rodean la actividad política de este país: que la presidenta andaluza no se va a quedar de brazos cruzados viendo como la militancia le hace la ola a Pedro Sánchez ni como Patxi López, con su mensaje de chico moderado y en precario equilibrio entre los viejos rokeros y los ardores izquierdistas de Sánchez, se empeña en un quiero y no puedo para hacerse con la vara de mando sobre las filas socialistas.
Ella, dicen algunos, arrasará en las primarias para la secretaría general. Tengo para mi, no obstante, que primero habrá que despejar algunas dudas que me asaltan como observador desapasionado pero interesado por el devenir de los males del socialismo español. La primera es si Díaz piensa gobernar Andalucía a tiempo parcial y el resto de la jornada dedicársela al partido o, por el contrario, su plan sería dedicar las mañanas a atender sus responsabilidades como liderasa socialista y por las tardes dedicarle algunas horas a los problemas de los andaluces. Sería bueno que lo aclarara ella misma y no a través de terceros, más que nada porque me imagino que es la pregunta que se estarán haciendo desde ayer los andaluces que votaron por ella en las últimas elecciones autonómicas.
Por no hablar de Ciudadanos, partido gracias al cual es presidenta andaluza y que le está exigiendo ya que designe sucesor o sucesora para los asuntos autonómicos si su plan es tomar el AVE rumbo a Madrid. Y ahí, en Madrid, está otra de las dudas que me suscita la candidatura susanista. ¿Puede la lideresa del principal partido de la oposición de este país permitirse no ser diputada en el Congreso, problema que, por cierto, también afecta a Pedro Sánchez? Como poder claro que puede pero se vería obligada a subrogar en el portavoz parlamentario de turno lo que tuviera que exigirle o criticarle al presidente del Gobierno.
Dicho de otra manera, en estos tiempos en los que una imagen y la inmediatez valen más que mil editoriales, no intervenir en el hemiciclo en los grandes debates políticos nacionales te resta visibilidad y te obliga a actuar y a reaccionar a rebufo y a través de terceros. Pero más allá de todas esas pegas, que no me parecen menores, está el problema del proyecto. Aparte de algunas generalidades y de algún que otro eslógan más o menos afortunado, sigue brillando por su ausencia una idea clara de lo que quieren hacer Patxi López y Pedro Sánchez con el PSOE ni cómo piensan sacarlo del hoyo en el que todos han puesto su granito de arena para hundirlo.
Susana Díaz no es una excepción en esa orfandad ideológica y programática de la que adolecen en general muchos partidos políticos y en particular el PSOE. Por tanto, su peculiar salto al ruedo parece obedecer más a la necesidad de parar al torbellino Sánchez, que tiene a Podemos soñando de nuevo con conquistar el cielo, y forzar a López a entregarse con armas y badajes a la causa susanistaque a poner sobre el tapete nuevas ideas y nuevos proyectos. Y en ese forcejeo político que parecen dispuestos a mantener sanchistas y susanistas corre riesgo cierto el PSOE de salir del congreso de junio más dividido de lo que salió tras el borrascoso comité federal de octubre en el que se aprobó la abstención para que gobernara Rajoy. Y eso, se mire como se mire, sería una muy mala noticia para el PSOE y sobre todo para el sistema democrático español.