Susanita se presta desde hoy a controlar a tan escurridizo y obeso roedor y quiere encargarse de domeñar su tendencia por arramplar con toda la despensa de la casa andaluza en la que hace sus correrías. Algunos moradores de la vivienda habían renunciaron a cazar al ratón y lo cebaron con porciones cada vez más abundantes de lo que suele degustar, con tal de apropiarse de unas migas en beneficio propio. El ratón y sus compinches engordaban sin cesar, por lo que hubo que hacer algo.
Por eso se ha querido hacer limpieza: primero, para administrar con celo todo lo que el ratón sería capaz de zamparse si lo dejaran; y segundo, quitar de en medio a los irresponsables que alimentaban a un animal insaciable con lo que conseguían de cualquier despensa que no fuera la suya.
Y es que el ratón de Susanita, además de enorme, es listo como el hambre. Su volumen evidencia la habilidad que tiene para aburrir a los moradores de la vivienda y de adaptarse a las circunstancias más adversas. Tanto es así, que los anteriores habitantes acabaron acostumbrándose a convivir con él, dejando que siguiera haciendo de las suyas, hasta obligar al último de ellos a abandonar la casa por las salpicaduras de inmundicias con las que había manchado su ropa. Ya no podía presentarse así ante los demás y dejó los trastos a la discípula.
Ahora ella pretende invertir la situación. No quiere depender del ratón, sino que éste dependa de ella, controlarlo para que no prolifere pero sin hacerlo desaparecer como especie, hasta transformarlo, ahora sí, en el ratón de Susanita, un ratón chiquitín, que duerme sobre el radiador, con la almohada a los pies, y se dedica a llevar regalos en forma de servicios y prestaciones a todos los que pierden un diente de leche en Andalucía. Vamos, una especie de ratoncito Pérez. Un cuento.