Sweet Home

Publicado el 22 mayo 2015 por Pablito

El 85% de los desahucios se producen de forma pacífica. El 13% por la fuerza. Y el 2% restante usando “otros métodos”. Con esta estremecedora afirmación da comienzo la cinta de terror patrio Sweet home (2015), debut en la dirección de Rafa Martínez, responsable de cortos como Zombies and Cigarrettes (2009) y Halloween Before Christmas (2010) y responsable de Marketing de diversas producciones españolas. En su opera prima Martínez hace fácil lo tremendamente difícil: rodar una película de miedo que de miedo de verdad. ¿Parece sencillo, verdad? Pues me atrevería a asegurar que sólo 1 de cada 10 películas de terror cumplen esta máxima. De la misma forma que una comedia tiene que provocar la risa o que un thriller tiene que hacer que nos removamos en el asiento, una película de terror tiene que asustarnos o, como mínimo, hacer que sintamos la tentación de taparnos los ojos en un par de escenas. Y Sweet Home, en efecto, lo consigue. Estamos ante una película que no se anda por las ramas; una obra que va directa a la yugular a través de 80 minutos poseídos por un formidable sentido del ritmo y por la ausencia total y absoluta de tramos muertos: un espectáculo para gozar. Sin tonterías. 

Rodada en inglés para facilitar su distribución internacional, Sweet home tiene como protagonistas a Alicia (Ingrid García-Jonsson), una agente inmobiliaria, y a su novio, Simón (Bruno Sevilla). La primera decide sorprender al segundo por su cumpleaños con una cena romántica en el piso de un edificio abandonado en pleno centro de Barcelona, habitado únicamente por un anciano. Sin embargo, la velada se tornará terrorífica cuando descubran que el viejo ha sido asesinado por una banda de encapuchados, de los que tratarán de escapar. A pesar de que no inventa nada nuevo ni reformula los cánones del género -algo que, por otro lado, no le hace ninguna falta- Sweet Home termina haciéndose recomendable por dar al espectador de este tipo de películas exactamente lo que pide: un espectáculo sin divagaciones ni embrollos filosóficos de los que ya estamos hartos. Aquí la fórmula es tan sencilla como eficaz: dos únicos protagonistas, un único escenario… y comienza la persecución. O ese sálvese quien pueda que tanto amamos los incondicionales de un género al que hay que adscribir con letras de oro esta Sweet Home.

A su carrusel de virtudes -elegante envoltorio visual, fotografía de textura impecable- se suma su constante homenaje al género, con guiños a la saga Rec -Teresa Gefaell, al igual que en las películas de Balaguéro & Plaza, se encarga del diseño de producción-, Hard Candy (David Slade, 2005), Wolf Creek (Greg Mclean, 2005), Sé lo que hicisteis el último verano (Jim Gillespie, 1997) -en el diseño de vestuario del villano- o a los slashers de la década de los 80, de los que toma prestados su malsana y asfixiante atmósfera. Asimismo no podemos pasar por alto el papelón de Garcia-Jonsson, que se proclama con nota nueva Reina del Grito, como lo fue Jamie Lee Curtis en su momento o Manuela Velasco más tarde. Sorprende ver a la intérprete desenvolverse con tanto músculo en un registro completamente opuesto al de Hermosa juventud (Jaime Rosales, 2014), por la que logró una más que merecida nominación al Goya a mejor actriz revelación. Los únicos defectos que se le pueden sacar a la película, como son algún diálogo impostado o la torpeza de los propios villanos en momentos concretos -síntoma que, a pesar del drama social en el que se asienta, la película está lejos de tomarse en serio a sí misma- son minucias al lado de su oleada de virtudes. 

Hay que reconocerle a Martínez el mérito de sacar el máximo partido a un espacio tan reducido, explotando con acierto ventanas, rejillas, trampillas ocultas, elevadores, etc. y lo bien que sabe manejar la tensión en todo momento, así como dejar para la posterioridad escenas tan icónicas como esa fachada de edificio nocturna bajo la lluvia o ese plano final que nos recuerda que, al fin y al cabo, la viva misma no es menos brutal que lo vivido en ese viejo edificio. Aplausos, pues, para este ejercicio cinematográfico tan intenso, tan inteligente y tan deliciosamente desagradable -esos tintes gore que se aprecian con total claridad gracias a los magníficos planos detalle- con el que los fans del cine de terror se lo pasarán en grande. Y los amantes del buen cine también. El género es -o tendría que ser- lo de menos.