Así que empecé a pensar que tal vez fuera cierto que casarse y tener niños equivalía a someterse a un lavado de cerebro, y después una iba por ahí ideotizada como una esclava en un estado totalitario privado.
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Finalmente decidí que si era tan difícil encontrar un hombre viril, inteligente y que todavía fuera puro a los veintiún años, yo podía olvidar lo de conservarme pura y casarme con alguien que lo fuera. Entonces, cuando él empezara hacerme la vida imposible, yo también podría hacérsela a él.
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El problema era que yo detestaba la idea de trabajar para los hombres de cualquier forma que fuera.
(Sylvia Plath, La campana de cristal, 1963. Traducción de María Elena Rius, Edhasa, 2012).