Abandono el lugar y me dirijo a la casa de mi alumna, pensando que quizá conozcan a la familia de la niña fallecida. Al fin, también son marroquíes como ellos y van al mismo colegio. Apenas dados los buenos días les pregunto por el suceso y me explican entristecidos que, efectivamente, conocen bien a la víctima y a su familia. Incluso mi pequeña alumna ha jugado algunas veces con ella. Eran casi vecinos. Están conmocionados. Me cuentan los detalles que conocen. Me dicen que estuvieron entre los primeros en acudir al parque Rafael Alberti, lugar del incidente. Que los primeros en llegar fueron el director y algunos profesores del colegio cercano que acudieron avisados por los niños que estaban a punto de entrar (eran las 2:55 y estaban a punto de formarse las filas). Incluso entre los profesores allí presentes costó levantar la pesada T tubular que formaba el columpio. Nada se pudo hacer: la niña había sido golpeada en la nuca y, prácticamente había fallecido, aunque los servicios de urgencia del SUMMA intentaron reanimarla durante 45 minutos. Me hablan de la falta de sujeción, sólo tierra, de los anclajes; de los efectos de la lluvia y del bamboleo sobre una estructura ni siquiera asentada en hormigón ni sujeta con tornillos. Me hablan de la familia, del padre Ali Aghmir y la madre, atendida por un ataque de ansiedad... Mi pequeña alumna asiste callada a la conversación. Quizás medite sobre este segundo paseo por los aledaños de la muerte. En este caso, afortunadamente, no es ella protagonista.
Terminada la clase paso de nuevo por el parque. Se descubren en los alrededores los vehículos de transmisiones de TVE y otras televisiones que han acudido con cámaras y corresponsales al lugar. Ahora está más animado: varias personas ociosas, la mayoría de origen magrebí, forman grupos junto a los equipos de reporteros. Una periodista toma declaración a uno de los presentes; le hace deletrear su nombre para transcribirlo correctamente en su artículo. El padre de mi alumna, que vuelve con la compra, indica a un cámara la existencia de un columpio igual en un parque cercano. El periodista le explica que ya han estado allí, que lo habían retirado ya... Tomo alguna foto para mi blog. He decidido que el artículo de mi entrada diaria versará sobre este suceso con el que me he topado de casualidad. La lista de entradas se desplazará en una fecha.
En unos minutos, tomando un café a la espera de la siguiente clase, reflexiono sobre los ignorados calendarios de La Parca y los accidentes y casualidades a los que nos exponemos quienes trabajamos con niños. Una constelación de riesgos rodean la actividad infantil: bisagras amputadoras de dedos, toboganes que cortan como cuchillos, columpios que ceden, alcantarillas que atrapan manitas infantiles, piedras de aparición impensable que sobrevuelan cabezas, escaleras traidoras, trayectorias brownianas de las carreras por el patio en el recreo... Yo mismo choqué de cabeza con toda la inercia de mi carrera infantil contra una columna del patio de mi colegio a mis tiernos 10 años. No quiero imaginar lo que hubiera ocurrido si este suceso hubiera tenido lugar en el patio del colegio. Recuerdo a mi sobrina aprovechando que la puerta de su casa quedó mal cerrada precipitándose con el taca escaleras abajo. La veo también colándose en el garaje comunitario mientras la puerta se abatía sobre ella... Pero, evidentemente, no hay ángeles de la guardia para todos, o bien, están muy ocupados y no dan a basto.
Extraño columpio en forma de T. Robusto y sólido; tenía los pies de barro. Un barro mojado donde su planta se escurría como la sombrilla en la arena de la playa: quizás el viento, quizás la lluvia, quizás la acción de fuerzas pendulares combinadas... Queda aclarar porqué resquicio se filtró la desgracia. Alguien tendrá que responder por algún punto incumplido del protocolo, que seguramente, establece la normativa sobre instalaciones y su seguridad. Mientras tanto, en Rivas, los niños tienen miedo de montar en los columpios.