Nos preocupa la salud de nuestros hijos, está claro. Queremos lo mejor para ellos, evitarles comidas basura (nota mental: tengo pendiente hablar de esto), ofrecerles los mejores productos, los más efectivos, etc, etc, etc. Parece que vivimos en una sociedad muy pulcra, muy informada, muy preventiva. Pero este verano me he encontrado con acciones que me han sorprendido y me han hecho pensar.
Hace cincuenta años no se disponía de información acerca de los nocivos efectos del tabaco. Fumar estaba de moda, era estiloso, atractivo. Hoy conocemos los devastadores efectos que causa, tanto para la salud del fumador como para quienes están a su alrededor: fumadores pasivos. Papá sin complejos conoce bien esto que hablo, él ha sido un fumador pasivo en su niñez. Por fortuna (y digo esto con tristeza) su padre pasaba mucho tiempo fuera de casa trabajando, así que se libraba del humo persistente de su cigarro. Aún hoy mi suegro enciende los cigarros alegremente delante de todos a pesar de que el médico le ha prohibido terminantemente fumar, a pesar de que mi suegra es asmática crónica, a pesar de que su nieto ande cerca. Siempre fumó delante de sus hijos y su mujer, así que considera que es lo más normal del mundo. Mi suegro tiene 81 años, una educación muy diferente y es difícil que comprenda algunas cosas. No le excuso, pero hasta puedo llegar a comprenderle.
Pero ni comprendo, ni justifico a aquellas familias de hoy en día que se encienden el cigarro en presencia de sus hijos. Este verano he visto más fumadores que en mi lugar de residencia habitual, es curioso, pero así ha sido. Madres que empujan los carritos de sus bebés cigarro en mano mientras el humo va cayendo lentamente encima de la carita de su tierno bebé. Madres que colocaban histéricamente una sombrilla en el cochecito, cigarro en mano, preocupadísima por los efectos del sol en la piel de su criatura, pero sin preocupación alguna por el humo que estaba tragando. Padres y madres a la mesa con sus hijos, encendiéndose el pitillo después de comer y compartiendo el humo con sus nenes, mientras éstos aspiraban, acostumbrados.
A mi me molesta el tabaco, soy asmática, y respirar humo de tabaco puede suponer tener que utilizar un inhalador. Eso es problema mío, me dirán muchos, bueno insisto que el tabaco es tóxico. Pero que mi hijo tenga que aspirar el humo de otros me pone enferma. Y claro, si a esas personas les importa un pimiento que sus hijos sean fumadores pasivos, imaginad lo que les importa que lo aspiren los hijos ajenos.
En el hotel donde estuvimos alojados este verano, intentar pasar la sobremesa en la terraza con un café era casi imposible. Los fumadores se agolpaban a encender medio histéricos sus pitillos, y daba igual quien estuviese cerca, daba igual si molestaban. Y entonces tienes que escuchar aquello de "tenemos derecho". Señoras y señores, esto no es una cuestión de derechos, es mucho más. Como decía al principio es una cuestión de salud pública, una cuestión incluso de educación y respeto por el prójimo. Yo no voy a poner una cruz sobre una persona porque fuma, en absoluto. Pero no tolero la falta de respeto, la falta de empatía.
Al final quienes no fumamos somos hasta mirados mal. Si se me ocurre decir a un fumador que me está molestando, me miran mal, incrédulos incluso y me dicen que tienen derecho...... Pues sí, tendrán derecho pero lo que no hay en este país es empatía.
No quiero que mi hijo respire el humo del tabaco, y para ello tengo que renunciar a comer en una terraza, pasear por ciertos sitios, estar en determinadas zonas del parque, y así un largo etc. Entonces, ¿quién pierde derechos? Y todo por algo que en definitiva es nocivo para la salud.