Aunque en la Polinesia Francesa existen islas mucho más paradisíacas que Tahití, esta es el centro económico y comercial de la Polinesia Francesa y también el punto de llegada de los vuelos internacionales. Por ende, muchas personas eligen hospedarse aquí y después partir al descubrimiento de las islas más cercanas. Sin embargo, Tahití bien vale la pena, sobre todo si deseas descubrir el espíritu de su gente y lanzarte a la aventura.
Papeete es la capital de Tahití, con poco más de 26.000 habitantes, poco a poco estas calles te irán seduciendo con su sencillez y colorido. Aquí podrás ver la Iglesia de Notre-Dame, curioso nombre que inmediatamente evoca la emblemática catedral parisina pero los colores rojo y amarillo de aquí te mostrarán inmediatamente que todo parecido termina donde mismo empieza: en el nombre. El Ayuntamiento de Papeete y el Palacio Presidencial son otros sitios de no perderse. Sin lugar a dudas son la mansión perfecta (entre elegante y sencilla) para escaparse del caos europeo.
Pero si quieres ver la esencia de Tahití deberás llegarte hasta el Mercado de Papeete. Probablemente no esperes que sea tan grande ni ordenado por lo que será una verdadera sorpresa. El aroma de las frutas se mezcla con el del pescado fresco y el jazmín para crear una verdadera sinfonía de olores. Pero cuando recorras el primer piso te será imposible salir con las manos vacías, sucumbirás ante el colorido de los pareos, la belleza genuina de las bolsas trenzadas o la elegancia de las tallas en madera que representan dioses locales.
Las playas de Tahití no pueden competir con las de Bora Bora pero en compensación la isla regala otros encantos naturales. Por ejemplo, en la playa Teahupo’o se encuentran algunas de las mayores olas del mundo que atraen a miles de surferos así como a buzos experimentados que se sumergen en sitios como el Abismo o las Caídas de Saint-Etienne para buscar antiguos barcos naufragados o simplemente apreciar los tiburones (que aquí no son agresivos).
Quienes no amen el mar podrán dedicarse a descubrir la tierra. Aunque no seas particularmente atlético podrás subir los más de 2.000 metros del monte Aorai ya que existe un camino no muy empinado pero sí bastante largo para permitir que la mayor cantidad de personas aprecie una vista espectacular. Pero si eres atrevido deberás adentrarte entre los tubos de lava de Hitiaa. Aunque están iluminados con luces artificiales, debes estar particularmente atento ya que a menudo se forman lagos y cascadas, de seguro no querrás bañarte en una de ellas con la humedad que se respira allá abajo.
Cuando sea el momento de partir Tahití te habrá robado el corazón y ya estarás pensando en cuando programar tu próximo viaje.