La noche parecía un amanecer en la plaza de Tahrir (Foto: AFP)
Es Tahrir. La madre de todas las plazas desbordada, como la paciencia de los egipcios y de todos, que cada día somos un poco más egipcios y vamos a cada hora que pasa más de lado, como a la deriva. Tahrir es un nuevo principio, un reseteo del sistema que dio error y prorrogó errores del pasado. Los egipcios ya no confían en recetas recalentadas de cus-cus. Han visto las orejas del lobo, que conocían muy bien, y ahora quieren libertad y vuelven en tropel, en decenas de miles, a Tahrir (liberación en su traducción al castellano). Es un aviso a navegantes, pero también para los náufragos de todo el mundo que se miran en ese espejo de las mil y una caras. Cada vez más numerosos y más hundidos, pero también más comprometidos. Tahrir es la prueba de que en este mar azul oscuro y espeso hay tablas de salvación, pequeños botes salvavidas que se construyen a base de protesta después de décadas de complacencia y paciente espera. Tahrir vive. Noto su aliento de vida aunque nos separen 3.000 kilómetros.