Ace Attorney: Phoenix Wright era una apuesta bien arriesgada. Basada en un videojuego sobre abogados y con una estética manga, las cosas no estaban muy a favor de Miike Takashi. Dirigir un film de abogados en clave de humor no es nada fácil, mucho menos si en el guion existen “vuelcos inesperados”, y lo coloco entre comillas porque como la cinta se basa en dos de las subtramas del videojuego, solo quienes se enfrentaban vírgenes a Phoenix Wright (como yo) podrían sorprenderse con la historia.
La trama es bien sencilla: en un futuro no muy lejano, dado el alto índice de criminalidad, los juicios duran apenas tres días. Phoenix Wright, un novato sin experiencia, deberá llevar par de casos donde los hechos parecen estar bien claros; en uno de ellos, el propio acusado se declara culpable y él se empecina en demostrar su inocencia.
Sí, es un argumento que roza la inverosimilitud, pero que da sus giros atrevidos para mantener al espectador en tensión, tanto que los 130 minutos se van bastante rápido. En varias ocasiones el guion juega con el género detectivesco y busca dar soluciones diferentes a hechos que parecen no tener ningún tipo de misterio y de paso le hacen un guiño a Conan Doyle o Agatha Christie por emplear ese método que ofrece respuestas a partir de hechos aparentemente aislados e inconexos.
Pero sus mayores méritos son llevar con éxito todo el ambiente manga del videojuego, muy semejante al real action, y jugar con claves del anime, algo que casi nunca funcionan en el celuloide de manera eficaz. La vestimenta, la caracterización de los personajes, el ambiente ciberpunk que se respira en la corte, todo convierte a Phoenix Wright en una gran caricatura.
Entre tanto chiste y narración trepidante, el abogado estrella deja caer sus impresiones de un sistema de justicia donde tal parece que lo importante es cerrar el caso sin importar mucho cuáles fueron las circunstancias del crimen o la culpabilidad del acusado, lo cual no es una novedad pero tampoco desentona con los tiempos actuales, donde sumar números para maquillar la situación se hace moda.