Hay un punto clave en esta película francesa escrita por Luc Besson, un momento que la diferencia de las superproducciones norteamericanas. Sucede cuando el protagonista, Bryan Mills (un furioso Liam Neeson en busca de su hija, secuestrada por una banda), llega a casa de un antiguo colega de trabajo; la mujer de éste lo acoge con hospitalidad y lo sienta a su mesa, a cenar. Un minuto después, y para conseguir que aquel compañero diga lo que sepa acerca del paradero de su hija, Mills coge una pistola y dispara al brazo de la mujer. Sabe que es la única manera para hacer cantar a aquel compañero involucrado en los asuntos de las mafias. En un filme americano jamás veríamos una escena tan inmoral porque los héroes pueden ser violentos, pero sólo lo son con otros hombres y con los malos. Esa diferencia es básica y es lo que se agradece en Taken: que en Europa se hacen menos concesiones a la galería.
Por lo demás, me lo he pasado en grande viendo cómo Liam Neeson se carga a medio reparto mediante dosis salvajes de violencia que abarcan más de media película. Estas cintas de acción mejoran siempre que el protagonista es un buen actor, como es el caso. Se trata de hora y media de entretenimiento al estilo Luc Besson.