Haciéndose eco de la preocupación popular, el consejero de Territorios y Sostenibilidad de la Generalidad de Cataluña, Lluís Recoder, ha sido el primer político que ha abierto las puertas con optimismo a una intervención exterior, al afirmar que "Una España intervenida invertiría mejor en infraestructuras".
Pero son cada día más numerosos los españoles que creen que una intervención exterior, aunque nos exprimiera y empobreciera, tal vez acabaría con el peor cáncer de España, que es su clase política.
Y tienen razón porque es evidente que el Rajoy sorprendentemente cobarde que hemos elegido como presidente del gobierno prefiere sangrar al ciudadano con impuestos y recortes vitales y colocar inútiles paños calientes, antes que llevar a la enferma España hasta la mesa de quirófano para extirparle su cáncer nuclear (la sustitución de la democracia por una sucia dictadura de partidos) y sus horrendas metástasis: (partidos políticos con poder desmesurado, 17 reinos de taifas autonómicos incosteables y cargados de oprobio, marginación del ciudadano, corrupción galopante, un Estado enorme insostenible, con casi 500.000 políticos inútiles viviendo de la teta pública sin aportar nada al bien común, desconfianza en el poder, desprestigio del sistema y desprecio masivo a la clase dirigente, a la que el pueblo culpa con razón del desempleo, del avance de la pobreza, del desprestigio internacional, de la desunión, de la insolidaridad, de la cobarde tolerancia ante el abuso nacionalista y del fracaso general de España como proyecto común).
El drama de España es tan profundo que apenas queda otra salida que una intervención exterior.
La confianza en el recién elegido gobierno del PP se desmorona después de una torpe cadena de mentiras y de un incumplimiento masivo de sus promesas electorales, pero eso no significa que los ciudadanos estén dispuestos a entregar el poder a una oposición socialista a la que se acusa, con toda razón, de haber abierto de par en par las puertas a la corrupción, el abuso de poder, la arbitrariedad, el despilfarro, el endeudamiento, el avance de la pobreza, el abuso de los nacionalistas y el fracaso general de España como nación.
Sin confianza en el gobierno y menos todavía en la oposición, a los pobres ciudadanos españoles no les queda otra salida que pensar en ser intervenidos por gente más lista y decente que los políticos españoles, sobre todo si se tiene en cuenta que la portitocracia dominante ha cerrado las puertas, cuidadosa y abusivamente, a cualquier otra opción política en España, condenando a los partidos pequeños a permanecer en el anonimato, alejados del sistema informativo y de la mente de los ciudadanos.
Es cierto que la intervención exterior de España traería consigo medidas y recortes mucho más drásticos que los hoy vigentes, pero también acabaría con el insostenible y abusivo Estado de las Autonomías, con los privilegios inmerecidos e hirientes de la clase política y con una corrupción pública que peso sobre el ánimo y el espíritu de España como una losa de plomo. Y con un poco de suerte, los interventores hasta podrían traernos, por fin, la democracia, un deseo insatisfecho que los españoles atesoran desde los tiempos de la dictadura de Franco.