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budismo, creatividad, escribir, escritura, exceso de motivación, filosofía, motivación, presión, telento
Cuando decidimos que la escritura será un poco más que un hobby y llenamos nuestras primeras páginas de historias surge una inquietud:
¿Soy lo suficientemente buen escritor como para publicar y que me lean?
Todos alguna vez nos hicimos esta pregunta y eso es bueno. Estar totalmente convencido de que uno escribe como un genio, por el contrario, indica que nos falta mucho por aprender.
El ser humano tiende a compararse con otros, por naturaleza. Es ciertos aspectos, nuestra felicidad depende (o al menos se condiciona) en considerarnos mejores que otros. Hay factores objetivos de comparación que son los que la sociedad en general utiliza para categorizar a la gente (sueldo, estudios, logros deportivos y profesionales, posesiones) y que la mayoría acepta, sin entrar en consideraciones morales de si está bien o no.
Para juzgar nuestra creatividad, los baremos no están tan claros. El éxito en ventas es un indicio, pero no garantiza calidad. La ponderación de la crítica no garantiza nada, ni siquiera ventas. En el plano personal, consideramos que alcanzamos nuestro objetivo cuando creemos que escribimos mejor o al menos al mismo nivel que otros escritores.
Claro que hay un gran problema con esto: estamos comparando (como diría mi maestra de segundo de primaria) manzanas con naranjas. Comparamos nuestro interior con los exteriores de otras personas.
Hay una pregunta filosófica que siempre aparece en cuanto se profundiza un poco el tema del pensamiento y el conocimiento profundo: ¿Alguna vez podemos estar seguros de lo que piensa otra persona? La respuesta es simple: no se puede.
Hasta las personas más cercanas, las que conocemos de toda la vida (padres, parejas, hijos, amigos de siempre) son libros cerrados y nunca tendremos acceso directo a sus pensamientos y emociones si no es por el filtro de su comunicación y por su selección de cosas que contarnos. Y esa selección es siempre tendenciosa.
Alguien que esté ofreciendo una charla, súper relajado y confiado, podría ser un manojo de nervios por dentro. Nunca lo sabremos.
De hecho, si el que da la charla es realmente bueno, probablemente esté nervioso por dentro. Hay varias teorías que sugieren que el llamado “síndrome del impostor” se agrava mientras las personas mejoran su desempeño. Mientras más cumplidos se obtienen, hay más posibilidades de codearse con gente más talentosa, dejándonos aún peor en comparación.
Por otro lado, la gente que realmente no tiene talento probablemente no tiene idea de que no es buena, porque no lo puede reconocer (este es el llamado efecto Dunning-Kruger).
En conclusión: Si usted está preocupado por no ser lo suficientemente bueno escribiendo es quizás un signo de que es bueno.
La verdad en el fondo de todo esto es que todos nosotros (escritores nóveles, experimentados y consagrados) tenemos la sensación de estar improvisando todo el tiempo.
Como cita Margie Warrell en su artículo sobre el “síndrome del impostor”(en Forbes.com), la premiada novelista y poetiza Maya Angelou puso en palabras este sentimiento: “He escrito ya once libros, pero a cada momento pienso: Uh, lo van a averiguar, se las he estado jugando y me van a descubrir”. Angelou era una escritora extraordinaria, pero no tenía problemas en admitir que no se sentía extraordinaria.
Esto es muy difícil de tener presente en los tiempos que corren, viviendo expuestos en sitios web, redes sociales y comunidades virtuales de escritores. Naturalmente, utilizamos esos recursos para mostrar la mejor parte de nuestras vidas: las novelas exitosas, los cuentos premiados, los proyectos terminados, el apoyo de los lectores, las buenas críticas. Pero olvidamos que estamos viendo los puntos culminantes de cada uno, no los proyectos abandonados, las interminables noches de trabajo, las continuas correcciones, los momentos de duda.
No implica esto abandonarse por completo y pasar de la autocrítica. Mantenerse apuntando a unos saludablemente altos estándares de calidad es vital para seguir mejorando nuestra escritura. Pero es útil recordar, mientras navegamos entre el trabajo creativo de la web, que sólo debemos tomar lo expuesto por otros escritores como una fachada, no muestra necesariamente lo que les pasa por dentro.
El truco para producir buenos resultados no es eliminar ese sentimiento de estar haciendo algo para lo que no somos suficientemente buenos. En su lugar, recuerde que todos están en la misma situación, todos sienten lo mismo.
Nadie sabe nada. “Caminante no hay camino…”
Y sencillamente es la mejor situación, la más emocionante. De ésta manera podemos crear algo totalmente nuestro. Si estamos debidamente motivados.
El tema de la motivación no es menor. En un proyecto a largo plazo como es la escritura de una novela es normal que haya altibajos.
Una clave para motivarse: saber rendirse.
No importa cuánto nos satisface nuestra escritura, hay días en los que no sentimos ningún entusiasmo por tomar la lapicera o el teclado. Lo que hace a esta falta de motivación especialmente frustrante es que la solución parece tan obvia como inalcanzable: lo que necesitamos (nos decimos) es más motivación.
Entonces navegamos la red para ponernos a tono, encontrar disparadores, reconectar con nuestra esencia, recuperar los valores. Nos recordamos que queremos terminar esta novela, que la idea es fabulosa, que hemos logrado un buen comienzo, o un buen argumento o unos personajes realmente interesantes. Pero nada de eso funciona.
Hay una razón para esta clase de baches creativos: tratar de estar altamente motivados todo el tiempo produce que la más mínima perdida de envión se agrave hasta el abandono. El problema está en que hay que estar convencido de querer escribir antes de escribir. Muchas acciones motivadoras apuntan a la forma de hacer las cosas cuando en realidad deberían buscar ponernos en la actitud de hacer cosas, que no es lo mismo.
Eso no sería un problema si la generación del entusiasmo fuera cuestión de repetir mantras frente al espejo, o pegar post-its sobre su monitor con frases optimistas para leerlas de vez en cuando. Pero la investigación psicológica se empeña en demostrar que nuestros esfuerzos para controlar nuestras emociones a través de la pura fuerza de voluntad pueden terminar en auto-sabotaje. Al insistir demasiado con la idea de que es necesario “motivarse”, hemos colocado un obstáculo adicional entre nosotros y nuestras metas. Ahora no sólo tenemos que realizar ciertas tareas para acabar la novela: hemos añadido la tarea (mucho más difícil) de sentir ganas de hacerlas.
Intentar estar motivado todo el tiempo puede resultar contraproducente.
Por fortuna hay una buena alternativa y es la que se conoce en la práctica del Budismo como “desapego”. En el momento que empezamos a caer en el espiral de desmotivación y estrés por querer motivarnos haremos lo contrario: simplemente nos alejamos. Tomamos distancia, despejamos la mente, hacemos otra cosa, tratamos de sacar la novela de la cabeza. Este descanso debe durar lo necesario para poder luego acercarnos al proyecto despegados de las emociones negativas y el sentimiento de urgencia por cumplir metas autoimpuestas.
Lo importante es tener claro que escribimos porque nos gusta.
Para ser honestos, siempre hay una razón para la falta de motivación y no siempre reside en la misma escritura. Escribir a gusto también depende del equilibrio que conseguimos entre nuestra vida y nuestra escritura. Si usted siente que lo que está haciendo es una obligación, entonces no le va a motivar el proyecto. Intente ser amable con usted mismo y pregúntese lo que le gustaría hacer en vez de escribir (en esos momentos de bloqueo) y luego actúe en consecuencia. Es probable que deba resolver algún otro aspecto de su día a día para luego permitirse disfrutar escribiendo.