Ayer por la tarde tuvo lugar en la Virgen Blanca un taller de decrecimiento que me resultó de lo más interesante no solo por las intervenciones y explicaciones iniciales, sino también por el debate y aportaciones posteriores. Y me parece que, como lo recibí gratis, igualmente debo compartir aquí gratis mis impresiones y un resumen de las notas que fui tomando y compartiendo en twitter. Como lo más probable es que falten cosas o incluso que haya afirmaciones matizables, en los comentarios podéis hacer esas matizaciones, porque reconozco que no soy un experto en este asunto, ni mucho menos.
#acampadaGasteiz durante el taller de decrecimiento (la foto me la ha prestado la camarada Antxeta)
Bien, el punto de partida es que el planeta no va a ser capaz de producir los bienes que necesitemos dentro de unos años si mantenemos el ritmo de producción y consumo que tenemos en la actualidad (y mucho menos cuando se incorpore China a ese nivel de producción-consumo frenético del mundo occidental). Por ejemplo, las reservas de petroleo son finitas y ese fin no parece que esté muy lejos. A esto se añade que las fuentes de energía renovables no serán capaces de producir suficiente energía como para sustituir el 100% de la que producen ahora los combustibles fósiles. Por lo tanto, sin renunciar a sustituir el petroleo por energías renovables, se reconoce que esa sustitución será insuficiente y que la única solución será reducir el consumo y producción de bienes. Se hablaba de “simplicidad voluntaria”: vivir de manera simple para que todo el mundo pueda vivir. Esa reducción de la producción se va a dar si o si, pero la diferencia está en que se pueda ir haciendo de forma ordenada (mediante el decrecimiento) o que nos la encontremos el día que consumamos el último barril de petróleo.
Uno de los principios del decrecimiento es la regla de las tres erres:
- reducir
- reutilizar
- reciclar
Y partir de ahí se fueron desgranando algunas ideas, sobre todo ligadas a la SOBERANÍA ALIMENTARIA: la decisión de los pueblos a decidir su alimentación. El problema que tenemos en la actualidad es que a los productos alimenticios se les añaden “extras” de los que se pueden prescindir fácilmente (y decrecer) volviendo a una alimentación local en la medida de lo posible. Así, por ejemplo, comemos verduras importadas de Perú que se pueden producir en un entorno local pero preferimos traerlas de allende los mares. El problema que esto supone es el coste en combustibles fósiles no solo para su producción (que deberían ser similares a los de una producción local) sino para su transporte transoceánico. Y curiosamente las verduras de importación son más baratas que las producidas localmente. ¿Cómo es posible si a las importadas hay que añadir los enormes gastos de transporte? Muy fácil: reduciendo los costes de producción o hablando en plata, pagando salarios de mierda. Ponían un ejemplo muy visual: el del choque de dos camiones que transportaban tomates: uno los llevaba desde España a
Holanda y el otro los traía desde Holanda. Ridículo, ¿no? Así pues, quedaba claro que el consumo de alimentos de importación producía más contaminación, implica gastar innecesariamente recursos naturales (petróleo) y genera amplias desigualdades sociales en los lugares de producción.¿Y cómo podemos cambiar esto? Pues tirando de producción local. Recurrir a la producción local implica consumir productos de temporada, pero no necesariamente hay que renunciar a las naranjas porque no se puedan producir en Alava; esas habrá que importarlas, pero no es necesario recurrir a las patatas, tomates, lechugas o espárragos transoceánicos. Pero, ojo, porque esta produccion local no es suficiente para autoabastecernos al 100%, como se explicó. Por ejemplo, se habló de crear huertos urbanos y periurbanos, e incluso un “anillo marrón” de huertos en Vitoria-Gasteiz. También se habló de los grupos de consumo: personas que se organizan para comprar la producción de determinados agricultores y ganaderos locales. Y por ahí iba más o menos la charla, cuando intervino un señor que nos dejó a todos con la boca abierta por lo informado que estaba, las buenas ideas que tenía, la rotundidad de algunas frases y la inexplicable ausencia de perro y flauta en su indumentaria
. Estas son algunas de las cosas que dijo:
- La llanada alavesa tiene la mejor tierra del estado pero el peor clima para producir. Eso implica que es imposible autoabastecerse con la producción de la llanada.
- Con la mecanización actual de la agricultura, la energía necesaria para producir una patata es superior a la energía que esa patata nos produce al consumirla
- ¡Antes los trajes se heredaban! Esto lo dijo cuando se estaba hablando de temas como la obsolescencia programada y lo poco que nos duran ahora los cacharros (y los trajes también), lo cual va contra las dos primeras erres: reducir y reutilizar ya que se consume más y lo que no nos sirve va directamente a la papelera.
- Se puede sustituir el gimnasio por la azada y muchas personas que el fin de semana se pegan una paliza en bicicleta, entre semana usan el coche para ir a trabajar. Usando la azada en los huertos periurbanos favoreceríamos la agricultura local y el consumo de alimentos sanos y usando la bicicleta como medio habitual de transporte reducimos el consumo de combustibles fósiles, alejamos en el tiempo la fecha en que nos quedemos sin petróleo y reducimos la contaminación atmosférica.
Una afirmación que fue algo cuestionada fue la de que “el capitalismo somos nosotros”. Alguien respondió que no, que estaba en contra del capitalismo y que no se consideraba capitalista. Pero yo creo que esa frase tiene mucho de verdad. No somos capitalistas pero nos plegamos al capitalismo. Y creo que es una buena noticia porque significa que el capitalismo depende de nosotros y que está en nuestras manos el poder hacer algo para cambiar las cosas.
Se pusieron muchos más ejemplos y este señor nos dejó impresionados. Durante las dos horas que estuve en la absorbí muchísima información para poder reflexionar sobre nuestro modo de vida y cómo nos estamos cargando el planeta. ¿Será posible reducir el consumo? ¿cómo?…
No me quedé hasta el final, así que seguro que alguien puede añadir en los comentarios alguna otra cosa que me perdí o que he olvidado incluir. Por cierto, me sorprendió el respeto que tenía la gente con el resto de personas escuchando todas las intervenciones en silencio, dejando hablar e interviniendo de forma ordenada. Y aplaudiendo cuando la intervención lo merecía o rebatiendo con argumentos cuando no se compartía lo que alguien decía. Y no creo que hayan hecho cursos de liderazgo, coaching, escucha empática ni nada por el estilo. ¡Para quitarse la txapela!