He regresado ya de Helsinky, dejando a la Havis Amanda de Vallgren sobre la fuente mitológica que observa el mar que la reclama, pese a la indiferencia coqueta de la mujer desnuda de piel de bronce. Para celebrar mi vuelta a Tallin, me doy un homenaje en el restaurante Maikrahv. Es de estilo medieval, bastante austero y espacioso, como uno de esos hoteles que alquilan salones para banquetes nupciales. Aquí se come bien, el servicio es correcto, aunque la estética se me antoja un poco como de refectorio de monasterio. Es una buena opción en todo caso, pues está en pleno casco viejo y si te animan el almuerzo con música en vivo, mucho más deleitable.
Ya con las " alforjas" llenas me marcho hacia el bonito edificio de la ópera (1911-13). Fachada amarilla y molduras blancas lo hacen ante mis ojos elegante y distinguible. El entorno, floral y ajardinado, es muy agradable. Enfrente está cerrada la puerta del museo del banco de Estonia. Una lastima, se queda mi curiosidad atribulada y airada. El edificio, muy medieval, destaca por los puntiagudos capirotes negros y los escudos que luce en la fachada. He llegado un domingo y un cartel me explica que hoy no habrá manera de visitar el museo. Mis pies me arrastran pues hasta la plaza de la libertad, que cuenta con jardines y una diafanidad envolvente de lo más agradable. Pero lo que más destaca en este entorno abierto es la gran cruz en la cima de una escalinata.
Ahí mismo está el museo del frente popular estonio. Éste sí me recibe generoso, aunque sea domingo. Es gratuito y muy interesante si quieres familiarizarte un poco con el movimiento libertario que se produjo entre 1987-90 para desasirse del yugo ruso. También se conoce a tal levantamiento como "revolución cantada", término acuñado por el activista estonio Heinz Valk. Durante cuatro años de manifestaciones exigían cantando, algo que el gobierno ruso tenía totalmente prohibido, la independencia de Estonia.
Es curioso de ver el llamado camino de la historia. Siguiendo por la calle Lai o torciendo por Hobusepen llegas a este singular callejón, en cuyo suelo unas losas como lápidas narran la historia del país en modo cronológico. Sucesos desde la Edad del hielo incluidos.
La interesante calle Pikk, por donde veo pasar al tren turístico cada dos por tres, me lleva de nuevo a la calle del pan o Saiankang. Es bonita esta zona. No me acucian las prisas por abandonarla. Pero aún me queda por rendir pleitesía a la zona baja, con sus murallas defensivas, Cuesta imaginar este lugar entonces, con sus 60 torres, una muralla de cuatro kilómetros, cinco metros de altura por 24 de diámetro y varios metros de grosor. Coloquialmente, debido a este espesor pétreo, se conoce la muralla como Margarita la gorda. Su construcción se llevó a cabo en 1510 y su función era preservar a la ciudad de los asedios marítimos. En la actualidad, la torre es la Sede del Museo Marítimo.
Y aquí concluye mi estancia en las repúblicas Bálticas. Me espera ya en el horizonte una de las joyas europeas por antonomasia: Estocolmo.
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