La sonrisa amplia, para enseñar una dentadura enmarcada por coronas de oro, que prodiga y no escatima, incluso a su peor enemigo le sonríe y le ofrece la mano seca, callosa, que aprieta con fuerza: ¿Qué hubo compadre, no me haga esas caras, que lo pasado, pasado? ¿va?
Para las mujeres es rastra y no perdona ocasión, lo mismo feas que bonitas. “Ajá, niña Lupe, está usted más joven que nunca, oiga, ¿y cómo le hace para mantenerse así de rechula?” No le importa que estén casadas, porque no es celoso con la hembra ajena ─con la suya es otro pisto─ “y probar hay que probar, quién sabe y se deja…”
Le gusta el juego y la chupa, que a los dos le entra fuerte, si gana lo disfruta y si pierde…, si pierde lo paga con la vieja: un par de planazos, tres vergazos bien dados y así se descarga la mala leche. Eso sí, por la mañana la legítima lo trata a cuerpo de rey, para sosegarle el ánimo: los mejores bocados para él, y los demás que arreen. Y si no hay plata se saca de fiado, que a la mujer hasta vergüenza le da ir a por comida a las tiendas.
Cuando le parece duerme fuera, que para eso es macho sin dueño y a nadie da cuenta de a dónde va ni con quién se junta, sean negocios, jodarria o amores.. ¿Hijos tenés? “Siete son los legítimos; por fuera del matrimonio Dios sabrá, que estas viejas son mentirosas, te descuidas y te cuelgan el pollo de otro gallo.”
¿Y la milpa, Tamagás? “Ahí mañana haré por desyerbarla, que hoy ando ocupado”. ¿Ocupado? Robando quería decir, porque cuando no tiene y necesita echa mano de las reses ajenas. Estás hecho un ladrón Tamagás. Bueno, ladronzuelo al por menor: hoy una, al siguiente mes otra, y así andamos. Y las trinca cerca, no crean, a los propios vecinos, porque ir lejos es más trabajoso, y arriesgado: “aquí, si te descubren se enojan contigo y ya, pero en otro puesto lo escapan a uno a matar”. De todos modos ya le da igual, porque le está enseñando el oficio a los hijos, para que vayan ellos a los potreros. A uno lo tienen preso, ¿es o no es, Tamagás? “Vaya que sí, me salió poco alentado el jodido.”
Pero lo peor de todo fue lo de su hija Tencha, ¿era bonita, verdad? “Sí, sí que lo era”. Catorce años que tenía la muchacha, y estaba aún en flor, por eso la vendió a un viejo de San Juan por cinco reses. ¿Cinco fueron, Tamagás? “Cabal, cinco”. Pero la Tencha no aguantó al desgraciado, que a reatazos la trataba, y se juntó con un jovenón que le quiere ajustar las cuentas. ¿A quién, al viejo? No, a Tamagás.