Hace unos meses escribí sobre cómo la tecnología modifica nuestras relaciones diarias entre clientes y prestadores de servicio. "Soy una profesional independiente que trabaja en relación de dependencia", me comentaba Florencia, cuando le hice notar su mail de un sábado a las 16.00 hs.
En ese sentido también me he encontrado a mi mismo pensando si debía responder un llamado a cualquier hora o un correo, después de las 23.00 hs. A veces lo hago, y a veces, no...
La otra cara de la moneda tampoco falta: la de quienes protestan por tener que estar siempre disponibles. A toda hora y en cualquier lugar.
El jueves pasado tuve fecha de examen, yo dicto la materia Psicología del Trabajo. Tengo, como modalidad, pedirle a los alumnos que preparen un tema relacionado con la materia, para exponerlo y relacionarlo, con lo visto en el cuatrimestre. Además de la agradable sorpresa de encontrarme con personajes a quienes nunca aproveché del todo en las clases y a quienes tengo el placer de conocer, saber quiénes son, qué hacen y qué piensan, en el "final"; escucho miradas y diferentes opiniones, acerca del mundo del trabajo.
Uno de ellos me trajo un libro de un periodista argentino, Sergio Sinay, que se llama "Porqué trabajamos". Fueron varios los conceptos que mi alumno destacó pero, probablemente el central, se refiere a pensar a las personas como transformadores: finalmente trabajamos para poder hacer. Y haremos "en el trabajo" y/o fuera del trabajo.
El planteo de mi alumno no terminaba allí sino que pasó a ser una crítica al bombardeo de información y a la exposición que nos somete la permanente apertura que tenemos a través de la comunicación y que nos impide concentrarnos en nuestro propósito esencial, el que nos permite nuestra realización como sujetos de trasnformación.
No es nueva esta mirada. La sobreabundancia de información y la generación de tensión que produce el saber que no podremos, nunca, estar al tanto de todo lo que querríamos saber es una sensación que vivimos a diario.
Sin embargo, en el intercambio de ideas que produce la situación de examen, surgió la posibilidad de contactar al autor del libro para hacerle alguna pregunta o criticar una determinada idea. Y es allí donde sí surge una diferencia: la dimensión humana de quien escribe. La transformación, "en persona", del autor.
Quienes comunican, quienes tienen investigan, quienes dirigen, quien reflexionan...todos ellos pasan a ser "más humanos" a partir de la posibilidad de contactarlos e interactuar. Estar al tanto de los vericuetos mundanos de aquellos que tienen influencia nos hace tomar conciencia, también, de nuestra propia aptitud para transformar y ser activos; si aquellos que tienen tanto poder también sienten, tienen familia, sufren o se alegran como nosotros; también nosotros podemos influir.
Como contrapartida, las puertas de la interconectividad pueden, también, cerrarse. La exposición tiene sus límites y nos protegemos de la demanda de intercambios.Pero nada hará volver atrás esta inevitable transformación de quienes parecían inaccesibles y mitificados, en personas de carne y hueso.
Incluso quienes no responden o clausuran las formas de llegar a ellos, muestran su aspecto humano.
El famoso primer axioma de la Teoría de la Comunicación Humana, de Paul Watzlawick tiene, hoy, una tremenda vigencia: "Es imposible no comunicarse".