Stalin, el dictador soviético, tenía una obsesión: quería hacerse con los restos del famoso conquistador mongol del siglo XV Amir Timur Gorgan, más conocido como Tamerlán. La intención era presentar la evidencia que mostrara que los soviéticos eran descendientes de tan temible estirpe mongola y los legítimos dueños de Asia Central.
La obsesión de Stalin por encontrar la tumba de Tamerlán le venía de tiempo atrás. El principal motivo es que era un héroe que que personificaba el gran espíritu de lucha y resistencia de los soviéticos. También creía que encontrar el lugar de descanso del emperador mongol aportaría riqueza para la URSS ya que se pensaba que ocultaba grandes tesoros. El 19 de junio de 1941, se abrió el sepulcro. Los restos, embalsamados con almizcle, agua de rosas y paños de lino estaban dentro de un ataúd de madera de ébano. Como sucede con las momias egipcias, la tumba de Tamerlán también tiene una historia de maldición, que afirma que: "Aquel que abra esta tumba se enfrentará a un enemigo más cruel que yo" , despertará a los demonios de la guerra, y que el temido conquistador mongol regresará de entre los muertos.
Según contó uno de los camarógrafos que filmaron la exhumación el general Gheorgi Zhúkov pudo convencer a Stalin de que lo mejor era que devolviera los restos de Tamerlán a su tumba, por el bien de la Unión Soviética. Finalmente, los restos de Tamerlán volvieron a Samarkanda.
¿Casualidad? o ¿no? La Operación Barbarroja comenzó tres días después de abrirse la tumba. Stalin, no creía que Hitler le traicionaría, pero así fue. Le costó creerlo. Cuando se le confirmó la invasión alemana quedó abatido. Otro hecho que parecía refrendar la maldición fue que tras volver Tamerlán a su lugar de descanso el VI Ejército germano falló en su intento de hacerse con Stalingrado cuando parecía que iba a lograrlo.
Para saber más:
100 historias secretas de la Segunda Guerra Mundial, de Jesús Hernández
National Geographic
El Mundo
La Brújula Verde
ABC
La Vanguardia