Ser buena persona tiene una prensa magnífica. Eso es así. Pero ser bueno en plan grande, bueno king size, full equip. Bueno de compromiso total y abandono de uno mismo. Ser un santo, o beato al menos. Obviamente. Nada más digno de admirar que quien decide apagar el aire acondicionado (sobre todo ahora) y lanzarse, por ejemplo, al Mediterráneo a rescatar migrantes jugándose el tipo contra las patrulleras libias. Cómo no va a tener buena prensa ser así de crack (bueno, también hay mala prensa, aunque de eso no hablaremos hoy, creo). Es muy complicado conseguir un mundo mejor, pero está claro que sin estos figuras sería imposible.
Lo que quiero decir hoy es que hay otra bondad también muy necesaria y que no tiene tanta fama. Es una bondad cotidiana, al detall, pero que también construye. ¿Puede ser que nos estemos centrando tanto en admirar a los mayoristas del maquinismo que olvidamos la cantidad de ayuda que nos prestan y prestamos sin siquiera esfuerzo? No sé, se me ocurre, por ejemplo, usar los intermitentes. Algo que solo requiere un movimiento de dedo. Bien calculado, eso sí, un intermitente no es solo ocasión, también es tempo. Aun así un esfuerzo mínimo. Ese intermitente avisa a los coches que nos rodean, que no son pocos, de nuestras intenciones. Así ellos pueden organizar mejor las suyas, ajustar velocidad y ahorrar en frenos. Gestionar flujos de tráfico en fin, fluidificar tapones, evitar desajustes, suavizar enfados, acelerar el encuentro con la familia en el hogar. ¡Con solo un dedo! No le damos la importancia que tiene. Al menos no lo hace esa inmensa mayoría que evita el movimiento, o lo hace a destiempo, u opina que a ti qué más te da, qué te importa, por qué tienes tú que saber qué pretendo yo hacer con mi coche en este momento. Qué renuncia tan grande y tan molesta a algo, por otro lado, tan sencillo de realizar. Es casi pecado.
Otro ejemplo, por si no me explico bien: imaginemos que eres una persona despreciable, homófoba, xenófoba, machista, de odios variados y enquistados y propensión a la violencia. Imaginemos que te encuentras inmerso en una sociedad que no termina de cuadrarte porque por lo que sea tú aspiras a la uniformidad (a tu uniformidad). Cuánto bien haría, y con qué poquito esfuerzo, que lograras mantenerte callado y quieto. Si no movieras ni un músculo, ni una cuerda vocal, cada vez que el cuerpo te pidiera proferir un insulto o soltar una hostia. El esfuerzo mínimo, ese que implica evitar todo tipo de esfuerzo. Cuánto mejor sería el mundo a través de tu inmovilidad.
Pero claro, lo entiendo. Eso no tiene tan buena prensa. Adoramos los grandes sacrificios y no valoramos los pequeños. Culpa nuestra. Pero inténtalo, anda. Inténtalo.