Cansa un poquito, cada día es una final, cada partido el más importante, el más vital, el único, el indescriptible.
-¿Cuántos partidos del siglo tenemos durante un año?
-Centenares, millares, infinitos. Todo es vital para convertirse en nada unas horas después.
Estoy cansado de la misma vacuidad eterna, y quien no me crea que acuda a la hemeroteca del Mundo Deportivo, verá como los titulares se repiten de forma constante en el tiempo.
Os dejo un artículo de Sergi Pamies que ha publicado en La Vanguardia.
Cuidado con el exceso de propaganda
Muchas mujeres hacen el amor con sus maridos pensando que están con sus amantes. En estos casos, suelen fingir el orgasmo para no desestabilizar a sus cónyuges. Esta misma situación puede producirse a la inversa: maridos adúlteros que, para no perder la concentración en el campo de batalla matrimonial, piensan en sus amantes y confían en el poder de la imaginación frente a las evidencias de la realidad.
Todo eso viene a cuento del partido Barça-Xerez. El Barça jugó pensando en el Inter y el Xerez, mosqueado por la poca atención que le prestaba el rival, estuvo a punto de llevarse a casa un par o tres de orgasmos trabajosamente autogestionados. Que nadie lo interprete como una falta de respeto. El Barça valora mucho la Liga, pero anda provisional y comprensiblemente encoñado con la Champions, y no tiene la misma energía para una que para otra. El riesgo de jugar a dos bandas es que ni la esposa ni la amante queden satisfechas, pero, el sábado, el Barça cumplió como pudo, que era de lo que se trataba para afrontar la noche loca de pasado mañana.
No será fácil. En su encuentro anterior, la amante (el Inter) practicó el bondage con un marido (el Barça) un poco desconcertado, que salió del campo con moratones y el rabo entre las piernas. En el partido de vuelta, le tocará al marido proponer sus fantasías y poner en evidencia el estilo del rival, sin caer en esas concesiones sadomasoquistas que, por cortesía, hacemos la primera noche. "No lo conseguiremos si no somos la esencia pura de lo que somos", dijo Guardiola con trágica solemnidad. ¿Y qué somos?, llevo dos días preguntándome.
Al final del partido contra el Xerez, los jugadores se enfundaron una camiseta con la inscripción "Ens hi deixarem la pell", para convocar a los socios. Sin ánimo de polemizar en un momento tan crucial, me parece un error. Se está extendiendo en el barcelonismo una especie de positivismo enfático y sensacionalista que insiste en amplificar las obviedades hasta desnaturalizarlas. ¿Alguien cree que sin la camiseta ni el dichoso Facebook el Camp Nou estaría vacío? ¿Qué camiseta convoca más a los culés, la del Barça o esa birria oportunista que recuerda el fiasco de Camí de Göteborg? ¡No hagamos más el chorra, por favor!
Con buena intención y bastante ignorancia, se apela a una unidad y a una responsabilidad que ya existe y se cargan tanto las tintas que, al final, uno se siente ofendido ante esa apropiación indebida (e inducida) de los sentimientos más íntimos. ¿Qué es eso de que "Ens hi deixarem la pell"? ¿Acaso el equipo no lleva dos años dejándosela? ¿Qué es eso de "Ara ens necessiten"? ¿Los hemos abandonado alguna vez? Con tanta propaganda acrítica, lo único que se consigue es un estado de ansiedad poco recomendable para la práctica del (buen) fútbol.
Hace dos años, cuando empatamos a cero contra el Manchester United (luego quedamos eliminados), la gente acudió al Camp Nou con un estrés contraproducente. Traicionando su costumbre, el público se dedicó a abuchear al rival y a Cristiano Ronaldo y derrochó tantas energías en intimidar que perdió parte del entusiasmo que debería haber invertido en animar.
En las actuales circunstancias, prefiero apelar al ambiente del partido de la liguilla contra el Inter. No jugaron ni Messi ni Ibrahimovic y miles de culés acudieron al Camp Nou con un nudo de ambivalencia en la garganta. Luego, sobre el césped, el Barça maravilló con un juego solidario y creativo, desplegando su repertorio de virtudes identitarias. Y, de repente, se creó ese instante maravilloso en el que los que habían desconfiado de la relación reconocieron, a través de su propia capacidad para disfrutar, la esencia pura de lo que, cuando nos dejamos de tonterías, podemos llegar a ser.