—¿Te acuerdas de cuando éramos jóvenes y todo el mundo pensaba que las mujeres eran sentimentales? —preguntó Vincent—. Me pregunto quién sería el afortunado que tuvo esa ocurrencia. Descubrir que antes las cosas eran aburridas pero ahora son absolutamente extrañas es algo horroroso. Las chicas a las que conocía las veo ahora como superfluas, pero empiezo a pensar que una mujer que se derrita por ti puede resultar muy atractiva. Pág. 132.
Si pronuncio las palabras «comedia romántica», probablemente algún que otro lector huirá despavorido antes de llegar a la segunda línea, así que voy a añadirles un adjetivo: inteligente. Porque ya lo he dicho muchas veces: no se trata del género, sino del cómo, y el argumento de dos personas que se enamoran, trabajado con cierto sentido del humor, puede dar lugar a numerosas variantes. Las historias superficiales y llenas de clichés que se suelen asociar con el término son solo una posibilidad; por suerte, hay autores que saben modelar esa base para convertirla en una obra bien hecha, cuidada y con la suficiente personalidad para no parecer más de lo mismo. La norteamericana Laurie Colwin (1944-1992), que acaba de ser traducida al castellano por primera vez, es una de ellos. Colwin ejerció de editora y traductora, y se movía entre la clase media-alta neoyorquina, ambiente en el que desarrolla las cinco comedias de costumbres que publicó, entre las que se encuentra Tantos días felices (1978).
Laurie Colwin
Se suele decir que un buen escritor es aquel que consigue cautivar al lector hasta cuando le habla de algo manido o intrascendente. Y bien, ¿qué tema está más sobado que una historia de amor? Colwin aprueba con nota: Tantos días felices, una obra repleta de diálogos perspicaces y con unos personajes bien perfilados, construye un mundo propio a partir de lo de siempre, de los flechazos, las dudas, los celos y, sobre todo, los momentos agradables del enamoramiento, porque Tantos días felices es una de esas novelas que rezuman buen rollo en cada escena. No, la sonrisa no está reñida con la literatura. Tampoco la ligereza. «Tú crees en los finales felices. Yo no. Tú crees que todo va a salir bien. Yo no. Tú crees que todo es fabuloso. Yo no» (pág. 200), dice uno de los protagonistas. Quien esté dispuesto a creer en los finales felices —y a tomarse la vida con humor— encontrará aquí un estupendo divertimento.