El nombre con el que se conoce oficialmente a esta villa del occidente asturiano es relativamente reciente, pues data de la segunda mitad del XIX, del momento de la creación del concejo del cual es capital.
El origen de la población fue mucho más antiguo, en la Baja Edad Media, y estuvo relacionado con el establecimiento de dos monasterios: el de
San Esteban y el de
San Martín. El núcleo formado en su entorno tomó primero el nombre de Mántaras y, desde el siglo XIII, ya fue conocido como Tapia.
Si monástico fue el nacimiento, a la mar debe su crecimiento, pues no tardó su puerto en alcanzar cierta importancia pesquera. Y el caserío fue edificándose en torno al muelle, ascendiendo por la ladera hacia la rasa costera.
El puerto fue el corazón de la villa a lo largo de su historia. Y al puerto acuden hoy, como si fuera una cita ineludible, quienes hasta aquí se acercan, disfrutando del paseo que conduce al faro, situado en una isla, la
Isla de Tapia.
Las obras de construcción de esta notable obra de ingeniería se realizaron en los años setenta del siglo XIX, dándose oficialmente por concluidas en 1880. Desde entonces, los pescadores tapiegos confiaron a los graníticos bloques de los tres diques (Entreislas, Afuera y Rocín) la protección de sus embarcaciones.
Las obras del puerto fueron costeadas por
Fernando Fernández-Casariego y Rodríguez-Trelles, nacido en Tapia a finales del XVIII en el seno de una modesta familia. Cumplida la veintena, se fue a
Madrid en busca de mejor fortuna. Y en la capital medró: de comerciante de paños pasó a ser suministrador de vestuario para el Ejército; y con los pingües beneficios obtenidos con las contratas le convirtieron en banquero, llegando a ser consejero del Banco de España.
La estela de don Fernando se hace más visible en
El Parque que, junto al puerto, configura el eje central de la villa. Y es que allí queda patente la influencia y el poderío que llegó a alcanzar el señor Fernández Casariego, quien en 1863 consiguió que el Gobierno diera luz verde a la creación del nuevo concejo de Tapia, independiente de Castropol al que había pertenecido hasta entonces. Y ese mismo año dieron comienzo en El Parque las obras de los tres edificios destinados a Ayuntamiento, escuelas e instituto (convertido en el tercero en el tercero de los de Asturias, tras el de Oviedo y el de Gijón).
Años después se construyó en las proximidades la iglesia parroquial de San Esteban. Un edificio neogótico con planta de cruz latina, de tres naves separadas y ábside poligonal.
Ahora, tras la visita a El Parque, queda manifiesta la importancia del señor Fernando Fernández-Casariego y Rodríguez-Trelles, convertido en 1873 en Marqués de Casariego, en la historia de la villa y del concejo. También lo «de Casariego» en la denominación oficial.
El asunto nos dio que pensar en el paseo de regreso hacia los aledaños del mar. El concejo es relativamente nuevo; sí, cosa de unas pocas generaciones. Lo que ya viene de más antiguo es la presencia humana en este precioso lugar. Hace siglos que nuestra especie camina por las arenas de la
playa del Anguileiro; siglos que desde los oteadores disfruta de los atardeceres mirando al mar.
¿Qué tal otro paseo hasta el faro?
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