No fatigare a los lectores con el viaje. Se hablo de tango, se escucho tango, se paró apenas arribados a Francia en la campiña para degustar las viandas que llevábamos. Entre montañas y rotondas encontramos Tarbes y nuestro pequeño hotelucho - pequeño pequeño - y una vez desempaquetadas las pertenencias y acomodados como buenamente pudimos, nos dispusimos a palpitar el tango Tarbesi. Que es un decir, porque llegados como a las seis, se nos puso en la cabeza que para aguantar el embate milonguero debíamos dormir una siesta, que cumplimentamos. Claro, que a las dos horas comenzaron a sonar las alarmas: Los muchachos, repetidores, se habían ido pero nos habían dejado su advertencia: "cuidado con la cena, porque a las diez cierran todas las cocinas". Nos duchamos y vestimos como pudimos y por señas a naturales llegamos a entender aproximadamente adonde estaba el centro de la villa, y el Halle Marcadieu, locación del aperotango de la tarde y la milonga de la Noche. Masayo San, se quedo en el hotel, agotada por las alternativas del viaje y una traducción de Códigos milongueros al estilo Kafka.
Si esperábamos encontrarnos una agradable aldea al estilo Asterix, con fogatas, viandas suculentas y galos bigotudos tangueando a la luz de la hoguera nos equivocamos de medio a medio. Atravesamos a todo correr urbanizaciones verdes, en donde apenas se divisaba luz. Leímos con avidez las indicaciones que nos llevaban al centro, pero no encontramos vida humana caminante. Los bares parecían haber desaparecido y uno o dos que vimos estaban cerrados. Al fin, topamos con la imponente mole del Halle Marcadieu, un mercado gigantesco, en el que se veía en francés "tango por la otra puerta" y al rodear, en calle aledaña los restos del APEROTANGO, una milonga al aire libre con barra y música en vivo. Pero al menos nuestros amigos estaban allí, preparándose también para hincar diente.
La milonga, que ocupa una manzana entera urbanizada, se nos reveló apenas entramos como una estación gigante con una pista monumental de parquet acotada en tres de sus lados por una gradería con sillas tipo estadio de baloncesto y el lado restante ocupado por el escenario, en donde a un costado se ve la solitaria figura del Dijey de turno, casi en la bruma y los instrumentos de la orquesta, casi tan solos como el Dj. Imaginense un circo romano con las paredes de las tribunas aderezadas con motivos tangueros que dividían la pista y hacían un pasillo por el que discurrían los paseantes, se exponía el merchandising, las barras, los baños y los sitios de esparcimiento, las aberturas por las que se podía ver y acceder a la pista, una cúpula altísima y tendrán una idea aproximada del Halle Marcadieu. No hacia veinte minutos que se había abierto la noche. La ronda estaba medio llena y las gradas blancas cariandose con bolsas de zapatos y pertenencias de los asistentes. Me pregunté: es posible llenar tan inmensa pista con los peregrinos del tango Europeo?. 18 años de festival nos lo confirmaron. Era posible a tal extremo que la circulacion por la pista era dificultosa. DIFICULTOSA en grado extremo. Por afluencia y circulacion era muy complicado. Solo los notables como Graciela y Osvaldo - que habían inaugurado el festival con su "Historia de un milonguero" y los muy avezados en festivales, como Amina y Aquilino podían difundir con su baile un bálsamo entre la concurrencia. Los demás competían en giros imprevistos, miradas recias y ausencia de disculpas. Enseguida entendí que los maestros no se metieran en el meollo. No fuera a ser que recibieran un puntazo férvido. Pero al Pibe Pergamino, que es notable esquivando, no le importo. Se fue a bailar entre las huestes, bordeando los maceteros y la pista para no degradar su habitual ligereza y allí quedo posado y nada más.
Recorriendo con la vista y mis pies a los ocupantes de las gradas, me aposente en lo mas alto a ver el panorama. En espectacularidad aquello Parecía " LOS DIEZ MANDAMIENTOS" de Cecil B. de Mille con los israelíes, los egipcios y el mar de alucinados por el tango, barriéndolos a todos.
Mire a mi espalda. En caída y unos seis metros mas abajo, habían dispuesto los bares de cerveza y refrescos, empanadas, vinos, tartas y champagne, lo que me pareció una bonita forma de caer en el abismo del vicio. O en el de los souvenires, ropa y complementos, que estaban un poco mas allá. Los artistas, los aspirantes a artistas, los "conocidos de allá", los reencontrados, los notorios y los nobles deambulaban por aquel jardín artificial recreado - con falso césped - en agradable tertulia de copa o vaso plástico. Se adivinaban voces y conversaciones de lejanía y algún romance. Quise bajar pero enseguida comenzó a sonar, con el cuarteto Barcelonés en pista, LA TÍPICA ROULOTTE TANGO, una orquesta joven y bohemia con sus tres bandoneones - uno además cantante - tres violines, contrabajo y piano. Una barbaridad.
Y luego Volvió la Roulotte con su aplanadora sonica.
Se movían las suelas, el parquet, las plantas y la estrecha franja entre grada y pista se hacia más estrecha. A pie de pista - Si, me anime en las milonguitas con los pasos del pibe - la variopinta concurrencia era de un exuberante desparpajo tangueril, que reinterpretaba con sus propias reglas la postura, la apostura y la presencia milonguera. Tangueros y Tangueras en sus miles de variantes, desde el mas irredento milonguero, el falso gaucho al estilo Glenn Ford, pasando por Lauren Bacall de arrabal y el despreocupado pret a porter tipo Vittorio Gassman o Hugo Tognazi. Bien podría haber visto en la pista a Depardieu o a Catherine Deneuve. Vi muchos Louis de Funes. Y el entusiasmo. Ahhh, el entusiasmo...
Daba gusto ver a toda aquella gente zapateando en la pista para pedir un bis, como niños aporreando el suelo del cine de matine de la infancia, al ver con alegría como llegan los refuerzos para salvar al muchachito.
Y eso que el muchachito aquel con el tiempo resulto ser malo...
Termino la milonga y la noche le quedaba un after de tango nuevo que me alejó del trio Barcelonés y del mismo pibe, pues entre la concurrencia divise a los señores Mawarts, que habían cerrado su hostal para el evento y muy amablemente se ofrecieron a depositarme en el hotel con su Tilburi fileteado de aguafuertes tangueros, al que habían enjaezado un robusto percherón sin GPS, que nos deparo algún extravío y el recorrido por calles desconocidas.
Faltaba la mejor parte del festival. Y sobre todo comprobar a la luz del día, si era cierta la fabula del tango sonando en todas las calles y los milongueros - parafraseando a King Africa - bailando sin parar. (continuará)