Director: Julio Coll
1964
89 min.
España/USA
Fotografía: Manuel Berenguer (c)
Música: José Solá
Montaje: Margarita de Ochoa
Guión: Sidney W. Pink y Luis de los Arcos
Reparto: Barry Sullivan, Martha Hyer, Sherry Moreland, Fernando Hilbeck, Soledad Miranda, Luis Prendes, Francisco Moran, Marisenka, Carlos Casaravilla
Un film insólito (pero no tanto) en la cinematografía española de los 60 realizado por Julio Coll con la intención perfectamente digna de pasar por un film americano de clase “b” y financiado en parte por el singular Sidney W. Pink a través de la ya legendaria productora independiente AIP, esto es, American Intenational Pictures. Hay aquí, entonces, una confluencia de factores históricos y personalidades singulares de lo más sustancioso, y en virtud de ello se arroja un resultado que si bien no puede decirse seas logrado, mucho menos memorable, si aporta una chispa de curiosidad, curiosidad pintoresca si se quiere, al contexto del cine español de la época cuya vertiente popular escoraba cada vez más al camino único de la comedia, abandonándose progresivamente las experiencias con el policial y quedando lo fantastique en manos de los francotiradores de culto que entregaban producciones sueltas, todavía lejos el
Ese paréntesis que matiza lo “insólito” tienen que ver con el aspecto de coproducción hispano-norteamericana en dos sentidos diferentes: por un lado esta experiencia ya había tenido lugar un por antes y de forma todavía más oscura que en este Fuego, con un título ignoto de 1962, La cara del terror. Dirigida al parecer por el americano William Hale aunque firmada por el español Isidoro M. Ferry (así lo explica Carlos Aguilar en Quatermass nº 4-5) abundaba, además, en la temática de rostros quemados y/o desfigurados que estaba haciendo furor en la producción horrorífica del momento (quizás a razón del impacto de Los ojos sin rostro de George Franju) y que no en vano sirvió de excusa para Gritos en la noche (Jesús Franco, 1961), el film que significó el año cero del fantástico español moderno.
Por otro la presencia de Pink tras la posibilidad de otro fantástico español se verá prorrogada un año más y extendida a un film muy sugerente, la historia de fantasmas, de jugoso romanticismo necrófilo, La llamada filmada por Javier Setó en 1965. A Setó el emprendedor americano ya le había producido otro trabajo un par de años antes, este de temática aventurero-medieval, El valle de las espadas, una suerte de El Cid del pobre. Si nos remontamos todavía un poco más atrás encontramos a Pink enredado a mediados de los 50 en Una cruz en el infierno, film bélico-folletinesco de José María Elorrieta de dificil fechado (algunas fuentes lo sitúan en 1954 y otras en 1957, aunque lo cierto es que fue exhibida en 1956 durante la SEMINCI). Tanto con Setó como principalmente con Elorrieta (o incluso ascendiendo en sus labores al habitual guionista Luis de los Arcos, en Operación Dalila, por ejemplo) Sidney Pink repetiría labores a lo largo de la década de los 60 en diversos proyectos que acogía lo mismo spaghetti-westerns que filmes aventureros o comedías, contando por lo general con actores norteamericanos encabezando los reparto.
Más allá de todas estas peculiaridades históricas que quizás sirvan para aclarar (modestamente) una época intrincada como pocas de la historia del cine europeo, el cual existe más allá de la política de autores, Fuego resulta un trabajo lo suficientemente estimulante y a su manera anómalo como para rescatarlo incluso por encima del contexto socioeconómico del momento.
Filmado por Coll de acuerdo a lo que se podría llamar “estilo internacional” arroja una saldo de competencia técnica indudablemente superior a la media que lo emparenta directamente con cierta estética del horror británico de la época, especialmente en el tratamiento del color y la querencia por la delectación morbosa, más incluso que con títulos producidos porla AIP, aunque si mantenga cierto toque distintivo de las entrañables producciones de la casa de Samuel Z. Arkoff y James H. Nicholson (y Roger Corman también, claro).
Poco a poco la cinta comienza a enturbiarse y con ello, claro está, a mejorar. El colofón de este primer acto ofrece en este sentido un momento álgido: tras ser abandonada, laura, (el personaje de Martha Hyer) decide pegarle fuego a la casa de su amante con al idea de fingir un accidente que, al tiempo que provoque la muerte de la esposa e hija del mismo haga que vuelva a sus brazos. Siniestro. Con lo que la pirómana no cuenta es con el regreso prematuro del arrepentido marido que se lanza a las llamas solo para salir medio calcinado y queda, a la postre, monstruosamente deformado. Dando así lugar a una nueva y mucho más estimulante película, donde se abre la mano para incluir elementos estrictamente terroríficos, trágicos o incluso frisando en al ciencia-ficción
Lo que queda al final es un trabajo irregular pero a descubrir y alistar entre eses fantastique perdido entre las apariciones de Franco y Naschy, esa tierra de nadie que fueron los 60 y que como poco deja aciertos cinemáticos -la formidable secuencia del asalto final a la aislada casa de Laura y su hija o el desenlace en lo alto de la noria- exteriores tan particulares en la época como la costa gallega, que ayuda a dar otro extra de distinción a toda su segunda mitad -está rodada enla Ríade Viveiro y otras localizaciones lucenses- la sorprendente laxitud censora frente a una ficción saturada de sadismos, adulterios, psicopatías, etc… o, y no es cosa menor, la presencia juvenil, radiante, de la nunca suficientemente llorada Soledad Miranda.