Tardes de julio interminables

Por Lor Martín

Diez meses en otra ciudad. Diez meses en una casa que no es la mía. Diez meses sin la gente con la que pasaba todo mi día, todos mis días.

A veces me sorprendo a mí misma con algunas cosas. La primera y más importante es eso que muchos llaman morriña, el sentimiento de querer estar en algún sitio, con algunas personas. El echar de menos. Me sorprende que diez meses después de haberme ido extrañe a personas que no esperaba echar de menos y sin embargo haya conseguido pasar días enteros sin acordarme de otras que ocupaban mis días enteros.

Supongo que me hago mayor. Mayor y egoísta. Pienso en lo que la gente se acuerda de mí y me autoprotejo de su indiferencia mostrando lo mismo. Sin embargo con otra gente no puedo hacerlo. Siempre caigo, muestro mis cartas, mi debilidad. Supongo que eso también forma parte del carácter de cada uno y aunque nos muramos por hacerlo, no podemos evitarlo.

Vaya sentimiento el echar de menos, ¿verdad? ¿Cómo se soluciona? ¿Visitando a alguien durante un fin de semana? ¿Llamándole? No lo creo. Estoy convencida de que puedes ver a alguien cada día y seguir echándola de menos o no ver nunca a alguien y sentir que en poco tiempo eres capaz de absorber todo lo que necesitas para retenerla en tu mente.

Qué raro todo. Qué cambiado.