Somos muchos los que debemos nuestra pasión por la cocina a alguna figura menuda, vestida con delantal, que cacharreaba delante de una cocina de carbón mientras estorbábamos a su alrededor. Podemos recordar vivamente el olor y el sabor de sus platos, la ilusión con la que los preparaban, y su ansia por que comiéramos más y más y más.
Mis primeros recuerdos de cocina son de caldo, croquetas, y cuadros rojos y blancos. Ese estampado tenían las cortinillas que colgaban de la encimera en la cocina de mi tía Eulogi. Tapaban las baldas llenas de ollas y la estantería de la despensa, donde guardaba los espárragos y el chocolate.
Cuando íbamos los domingos a comer a su casa, yo corría a la cocina, donde ella siempre dejaba un vaso con el líquido de la lata de espárragos. A ella también le encantaba, pero siempre decía que no quería: “Ya he bebido un sorbo, lo que queda ahí para ti”.
Y seguía removiendo la cazuela, friendo croquetas, esperando a que todo estuviera en su punto para sentarnos a la mesa del comedor.
Recuerdo sobre todo la comida del día de Reyes, una fecha en la que siempre íbamos a su casa. Solía haber croquetas de jamón, caldo ("salda garbiya", caldo limpio), pimientos rellenos de arroz y a veces, tarta. La tarta que ella llamaba japonesa, y que ahora hago yo cuando quiero volver a sentirme una niña.
Mi tía abuela Eulogi, nacida en Ataun (Gipuzkoa) en 1915 y luego residente con orgullo chirene en Bilbao, soltera pero nunca birrotxa, fue una mujer de armas tomar y una cocinera fantástica que siempre se resistió a los halagos culinarios.
Ama de llaves de un sacerdote durante décadas, no se casó porque no quiso y "porque no le hacía falta". De fuerte carácter (lo que en mi casa llamamos "tener respis"), crió a mi madre a partir de los 13 años y fue la única abuela que he conocido. De las que te cantan y te llevan a merendar chocolate con churros. De las que salen de punta en blanco lo mismo a hacer la compra al mercado que a tomar el café con amigas de pendientes de perla.
Gran culpa de mi golosinería la tuvo ella, que nos visitaba todos los lunes por la tarde y me preguntaba qué es lo que quería que trajera de la pastelería. Casi siempre, pastas de té, que mantengo irremediablemente asociadas a ella.
Recuerdo el olor de su enorme casa en el centro, el ruido del ascensor, la mesa camilla, su delantal, la vista desde el mirador. Pasarme el rato viendo cómo trajinaba en su antigua cocina de chapa cuando yo aún me tenía que poner de puntillas para poder ver.
Vivió 95 largos años, durante los cuales no se puso nunca enferma, salvo cuando se fue apagando lentamente. Ya no nos reconocía pero le seguían gustando los besos, las canciones y que le cogieran de la mano.
En una hoja de papel cuadriculado, escrita por vete a saber quién, guarda mi madre la receta del “postre japonés” que le pasó a mi tía una amiga en fecha desconocida. De japonesa no tiene nada, es una charlota con crema de almendra simple pero deliciosa, que tiene el poder de hacerme viajar en el tiempo, y que con mermelada de frambuesa por encima, sabe a Pantera Rosa. De verdad de la buena.
Esta receta salió en el primer número de Sugartremens, pero como en el blog no estaba y es una de mis preferidas, aquí tenéis.
Tarta japonesa / charlota de almendra Dificultad, así de primeras:con cariño todo se puede, un 7Probables complicaciones:sacar la tarta del molde sin estropiciarla. Sabor: a abrazos y Pantera Rosa Receta de inspiración:original de señora bien bilbaina desconocida, royalties para Eulogi Ceberio. INGREDIENTES
250 g (un paquete) de bizcochos de soletilla 200 g de mantequilla a temperatura ambiente 200 g de azúcar 200 g de almendra, finamente molida 120 ml de leche 20 g de azúcar 1 yema mermelada de frambuesa
Lo de la mermelada de frambuesa es una innovación personal, que consigue el toque Pantera Rosa 100%.
Si no usáis un aro desmontable, y el fondo del molde no se despega ni a la de tres, probad a meterlo durante unos minutos en un recipiente con agua caliente, pasad un cuchillo por los bordes y voltead. Que la fuerza esté con vosotros.
PREPARACIÓN: Batir la mantequilla con el azúcar hasta conseguir una crema fina y esponjosa. Después, añadir la almendra molida y mezclar.
En un cazo, calentar la leche hasta que esté a punto de hervir, y retirarla del fuego para que se enfríe ligeramente. Aparte, batimos la yema junto a los 20 gr. de azúcar hasta obtener una pasta a la que se agrega la leche caliente poco a poco, revolviendo para que no se cuaje el huevo.Echar la natilla de nuevo en el cazo, y volver a calentar todo a fuego medio, removiendo con un batidor sin dejar que hierva. Cuando tenga la consistencia de una salsa espesa, dejarla entibiar y más tarde mezclarla con la mantequilla, azúcar y almendra. (Para que quede más bonita, es mejor usar un molde redondo y alto: el que yo suelo usar es de 18 cm de diámetro y 15 de altura.) Separar los bizcochos, que suelen venir pegados de dos en dos, y colocarlos de pie, alrededor de las paredes del molde (mejor forrado previamente con papel vegetal o untado con una miaja de mantequilla). Sobre el fondo hay que poner también una capa de bizcocho, cubrirla de crema y volver a poner más bizcochos. Así alternativamente, terminando siempre con una capa de bizcocho.
Con papel de aluminio o plástico de uso alimenticio tapamos bien el molde. Ahora viene el paso más chocante, que es poner encima un plato más o menos del diámetro de la tarta y colocar sobre él tarros, latas, briks o cualquier cosa con bastante peso repartido que haga presión para que todos los pisos se empapen bien de crema.
Meter toda esta parafernalia en la nevera y dejarla unas 12 horas.
Al día siguiente, sacar la tarta del molde pasando con cuidado un cuchillo por los bordes, desmoldarla y cubrir la parte superior con mermelada de frambuesa. Y a comer como un gorrino.
En memoria de mi izeba, de sus perlas y sus manos.
Me gusta cocinar porque me gusta comer. Aprendí a disfrutar sentada a una mesa, con una servilleta atada al cuello y los pies colgando sobre el suelo. La mejor manera de honrar a mi tía es comiendo y haciendo de comer. Me gusta pensar en lo que ella diría de muchas situaciones, y en que estaría orgullosa de lo que hago. Ojalá que todos tengamos quien nos reserve el líquido de los espárragos y quien nos recuerde por nuestro caldo. PD: Como buena abuela, se guardó muchas recetas que nunca hemos podido desentrañar. Si alguien sabe hacer pimientos del piquillo rellenos de arroz largo y carne, ¡que pase la buena nueva!
Y vosotros, ¿de quién os acordáis al cocinar? ¿qué recuerdos os traen los sabores?