Los buenos momentos se quedan tatuados en la piel. Los héroes. Los malos recuerdos también, y las penalidades, y los logros. Y finalmente, la moda. Rompiendo el concepto romántico y espiritual que guarda cada dibujo lacrado sobre la epidermis. Los tatuajes siempre se han comportado como una especie de lenguaje para aquellos que nunca tuvieron la oportunidad de aprender a escribir y leer en cualquier idioma de cualquier cultura. Hoy es un lienzo para los artistas, aunque para otros, un recordatorio de que gran parte de la población sabe leer pero no entiende lo que lee. Y la gran sopresa es no ver a alguien con tatuajes de dispares formas. Siempre han tenido un aire cautivador. Los tatuajes son para toda la vida; amor de madre, cuchillos de guerras sufridas y pasadas, viajes en veleros que surcaban las bravíos mares del sur, indígenas que mostraban su valor. Amores perdidos. Al igual que el aro en la oreja izquierda, los tatuajes hablaban de historias lejanas y aventuras, de mundos vividos y surcados por la vida. Y entre ellos, los buenos momentos, los momentos de felicidad, de amor, de pasión, de ineludibles nostalgias. De terrores nocturnos salvajes e indómitos. De lucha y supervivencia. Por eso los buenos recuerdos siempre quedarán tatuados en la piel, como la vida quedará tatuada en la piel. Y los sueños, las hazañas, los anhelos, los temores, las locuras de amor... quedarán tatuados en la piel.