Taxi!

Publicado el 29 enero 2019 por Salva Colecha @salcofa

Llueve a cántaros, es una fría noche de invierno cuando en mitad de la calle  un señor con gabardina y un sombrero de ala ancha levanta un brazo, aparece un coche con una luz verde que pone “libre”. Al ir a subir a bordo aparece una dama, este le cede el vehículo, ella acepta, sube al coche y con una sonrisa se alejan de la escena. El caballero, paraguas en mano, espera otro taxi.

Siempre me pareció muy peliculero el gesto de levantar un brazo y que aparezca de la nada un Taxi dispuesto a llevarte a cualquier parte. Mucho mejor esto que recurrir al silbido, no se, lo veo como más educado y como más de galán de esos de film en blanco y negro, muy a lo Bogart (aunque si quieres que te diga la verdad jamás me ha funcionado ninguno de los dos métodos, el primero porque debo ser el hombre invisible y el segundo que porque no se silbar). Diréis lo que querréis pero llamar a un taxi por métodos analógicos tiene más encanto que sacar el móvil sabiHondo del bolsillo, jugar con una APP y  que venga alguien que te lleve sin preguntar aquello de “¿ande vamó?” ni pensar si te van a dar un tour turístico para llegar a la otra esquina mientras el conductor te pone al día del mundo según Losantos (supongo que son tópicos baratos pero he tenido la dudosa suerte de haberlo sufrido en primera persona). Llamadme antiguo pero me resisto (levemente) a aceptar que la tecnología lo invada todo en un mundo que es incapaz de proteger los derechos más básicos de nadie. Cuesta aceptar que nos quieren llevar a una sociedad megamoderna en la que se nos sustituya poco a poco por máquinas sin que parezca importar el hecho de que dejes de cobrar tu sueldo para que una multinacional arrase con todo y se lo lleve a cualquier chanchullo fiscal.

Puede que justamente ese sea uno de los problemas de los taxistas en huelga, se resisten a aceptar que el mundo que conocemos se nos cae en pedazos. Ahora les ha tocado a ellos como antes fueron los cajeros de los bancos, los zapateros remendones, los boteros o hasta a los mineros (si, esos héroes se quedaron sin minas el mes pasado, ¿no lo sabías?).  Son empleos que volaron engullidos por “el progreso”, un terremoto que se lleva por delante miles de empresas y decenas de miles de puestos de trabajo sin que nadie fuese capaz de verlo (si yo te contase… pero bueno, no hemos venido a hablar de “lo mío”) . Muchos se alegran de comprar un libro en Amazon y que llegue en un santiamén sin caer en que han condenado al librero de siempre, con ello la rueda del negocio local, el de toda la vida y eso es algo que les va a salpicar pronto o tarde, pero con toda seguridad. Puede que esos mismos sean los que ahora no entienden a los del taxi.

Por supuesto que los taxistas tienen razón. Todo el mundo tiene derecho a reivindicar lo que es suyo, faltaría más. ¿Cómo no vamos a solidarizarnos con los  taxistas  si incumplen  los acuerdos de los vehículos VTC?  Es lógico que peleen por sus derechos y más todavía si salta a la vista que los que han de regularlos están más perdidos que un pingüino en el Sahara. Pero los huelguistas han olvidado que en este mundo las formas son muy importantes. Sus quejas no tienen porque vulnerar los derechos de otros, igual no han caído en que los otros, los conductores de VTC y el resto de los mortales, también los tenemos. No vale a  montar espectáculos grotescos, secuestrar una ciudad con violencia o amenazas y muchísimo menos deberían permitir que el portavoz de Elite Taxi sin venir a cuento llegue a mentar la sexualidad del Ministro del Interior haciendo  un muy flaco favor a un colectivo que siempre ha salido en defensa de la víctimas de violencia de género. No entiendo como no han rectificado en masa todavía porque esas afirmaciones les deslegitiman. Así no vamos nada bien, por ese camino se pierden las simpatías del respetable a velocidades ultrasónicas porque no todo vale.

Pero la realidad es otra, con el apoyo y la lucha de los taxistas sólo vamos a aplazar un tiempo la realidad. El rival es  mucho más poderoso que Uber o Cabify, podrán espantar la llegada de las multinacionales pero la realidad es que estamos ante un cambio de página de la historia, un cambio de patrones que anula todos nuestros esquemas. Progreso le llamamos y  es un rival incansable, impasible al que no se puede vencer. Habrá que adaptarse cueste lo que cueste, no nos pase como a los dinosaurios. Igual es el momento de sentarnos con calma y serenidad para plantearnos seriamente que queremos que sea el futuro, nuestro futuro que ya está ahí, para todos.