Las ciudades de Oriente Medio rebosan taxis. Tanto en Jordania como en Siria son amarillos, pero sabemos que en otros países de la zona cambian. De coches último modelo a carracas que uno no sabe cómo andan. No hay más que levantar el brazo al viento y uno de ellos parará presto a tu vera para llevarte.
Los hombres generalmente se sientan en el asiento del copiloto y las mujeres atrás. No se puede fumar y es obligatorio llevar el cinturón, pero ambas reglas suelen verse transgredidas sin aparentes problemas morales. Uno se monta y empieza la aventura taxistil del día.
Cliente: La paz sea contigo.
Taxista: Y contigo sea la paz.
C: ¿Qué tal?
T: Gracias a Dios, todo bien. ¿Y tú?
C: Gracias a Dios bien. A la plaza _____ por favor. (Después vas dando instrucciones, que aquí nadie se sabe el nombre de una calle y hay que ir “después del hotel, gira a… y pasas el banco…”)
T: Si dios quiere.
(….)
T: ¿ De dónde eres?, ¿italiano?
C: No, de España.
T: ¡España es muy bonita! ¿Madrid o Barcelona?
C: No, de Pamplona, una ciudad pequeña del norte.
T: ¿Pero Madrid o Barcelona?
C: Ah, del Barcelona, Barcelona.
T: Bienvenido, bienvenido.
C: Muchas gracias.
Y la cosa puede quedar ahí o continuar, dependiendo de las ganas de hablar de cada uno, de si me entienden o no. Si sigue, hablaremos de dónde es él (generalmente los taxistas en Ammán son casi todos palestinos), de si estoy casado o no, de qué hago aquí, si me gusta, qué he visitado y demás. Algo muy normalico.
Pero por el otro lado está el taxista ingenioso que te sale de vez en cuando. Está la versión ligera del “el taxímetro no funciona, se ha roto” o la del que directamente no pone la excusa y te dice que no se pone y punto, por sus huevos toreros. Los hay más ingeniosos, que convierten los céntimos en euros (y de 1,2 pasa a 12), y nos consta que algún incauto turista a picado, y por supuesto, los que se dan una vueltica de más para arañar algunas perricas.
Y ya luego están los que salen. De las mejores que he oído hasta ahora es la de “esta noche el gobierno ha cambiado la ley y ahora la bajada de bandera es el doble” (Victoria puede dar buena fe de ello); la de, tras preguntarle a dónde coño nos llevaba después de dar mil vueltas, nos dijo “a la plaza catorce no?”, cuando en Ammán solo existen hasta la número ocho; y los que, al ver una mujer extranjera en su asiento trasero, se envalentonan y piden desde el número de teléfono hasta que los acompañes a casa a echar un kiki rapidico, que el taxi tiene que seguir andando.
En fin, personajillos con los que uno tiene que pelear de vez en cuando, e incluso mentar a sus madres otras veces, pero que no dejan indiferente a nadie –los propios jordanos los ponen a parir-. Por lo menos practicamos el árabe, todo hay que decir.