Taza de chocolate para un día lluvioso

Por El Cuentador


 “El chocolate fluye en oscuro profundo, olas dulces,  un río que enciende mi mente y alerta mis sentidos.”  Anónimo.  
Observe a través de la ventana la lluvia ligera y diga: “¡Cómo me caería de bien una taza de chocolate caliente!” Después, actúe en consecuencia; es decir, ponga algo de agua en una olla pequeña, o si tiene a la mano, mejor una vasija de barro o similar, especial para preparar brebajes que entibien el alma.


Agregue entonces algunos trozos de extraordinario chocolate. Si el chocolate no es extraordinario, entonces vaya y compre uno que lo sea, que la vida es muy corta como para andar bebiendo chocolate mediocre. ¿Que está lloviendo? ¿Y para qué se hicieron los paraguas e impermeables? Además, una caminadita bajo la lluvia es la preparación previa perfecta para degustar como es debido una taza de chocolate.

De regreso ya a la olla o vasija pequeña (tampoco tiene que ser tan pequeña) que usted ha colocado al fuego, entonces, con una paleta preferiblemente de madera, de vueltas al chocolate para ayudarlo a derretirse en el agua que se calienta poco a poco (un breve secreto de las madres de las madres: es preferible que el agua no hierva). Si usted no hace esto, corre por lo menos dos riesgos: a) que el chocolate no se disuelva suficientemente bien, b) que se pierda usted del lado ritual del asunto.

 

Ya fundido el chocolate, agregue leche y continúe mezclando suavemente con la paleta, manteniendo presente que esto no es sólo derretir y mezclar: ya le dije que había un lado ritual en el asunto; usted prepara una bebida cuyo ancestro era reservado para los grandes señores de las grandes civilizaciones mesoamericanas precolombinas. Así que no dé simplemente vueltas a la composición de chocolate y leche: exista mientras utiliza la paleta, converse con cada movimiento de la mano, observe al chocolate tomar cuerpo y oscurecer paulatinamente la pócima, aspire el magnífico aroma de la bebida que espesa en la cazuela, comprenda el papel del calor y el fuego… En pocas palabras: deléitese con la preparación.

 

Ah, pero la bebida no es sólo chocolate, leche y temperatura. Es lo que usted añade luego, el señorial detalle que le hará sentirse, aunque sea por unos instantes, regente de una corte precolombina. Puede usted escoger: azúcar, canela, jengibre, anís, nuez moscada, vainilla, clavo y hay quien le pone también un toque de brandy o ron. Tampoco es que tiene que agregárselas todas de una; no será éste el último día de lluvia. ¿Se atreve a ir un poco más allá? Entonces la pimienta y el ají picante están a la orden; era con ají que lo preparaban en la Mesoamérica, antes de la llegada de los españoles.


¿Por fin uniforme, humeante y densa la mezcla castaña oscura? ¿Ya el irreductible aroma del cacao ha perfumado el recinto? Busque entonces un molinillo de madera para batir y parir espuma… ¡traviesa, voluble, inquieta y deliciosa espuma!, y sirva el brebaje inmediatamente, en una taza soberbia e invicta, merecedora de recibir y contener el alimento de los dioses. ¿Cree que hace falta una pincelada adicional? Adorne con hojas de menta, malvaviscos, almendras y por supuesto ¡crema chantilly!

Tome entonces la taza entre las manos, apreciando la calidez que sus palmas acogen. Llévela dulcemente a sus labios, que por sutil no es menos salvaje la bebida, pida permiso a la adelantada fragancia que anticipa la fruición y beba así un sorbo de chocolate, el primero. “Primero”, queriendo decir como surgido del día en que nacieron los sabores, como concebido en el preciso momento en que la vida se dio cuenta de sí misma, como parte del alma arcoíris del padre de los relatos, como engendrado en aquellos ojos de abismo que le dijeron lo que nunca antes ninguna otra mirada… como el relámpago de dragón que inauguró el mito y el misterio.

Entonces, aún con ese sabor originario en su boca, observe de nuevo la lluvia y vuelva a reconciliarse con el mundo.