Cuatro años después del exitoso Canto yo y la montaña baila —al que tarde en llegar— se publica la esperada vuelta a las librerías de Irene Solà con Te di ojos y miraste las tinieblas, una novela también de paisaje rural que nos lleva hasta la sierra de Las Guillerías para mostrar cómo lo sobrenatural convive muchas veces con el rural más extremo. Probablemente, comparar esta nueva novela de Irene con la anterior sea como pegarse un tiro en el pie, pero también es probable —y casi diría que inevitable— servir en bandeja de plata ese fruto de las expectativas para todo lector. Y aunque ambos libros, Canto yo y la montaña baila y la mencionada Te di ojos y miraste las tinieblas comparten cierta continuidad poética y simbólica en muchos aspectos, son probablemente dos caras de la misma moneda temática vistas de puntos bastante diferentes pero a la vez, cercanos en su entorno.
La noche que contiene un centenar de días
Escondida entre riscos lejanos, en algún remoto lugar de las Guillerías transitado por cazadores de lobos, bandoleros, emboscados, carlistas, hechiceras, maquis, pilotos de rally, fantasmas, bestias y demonios, la masía Clavell se agarra al suelo como una garrapata. Es una casa, sobre todo, habitada por mujeres, y donde un solo día contiene siglos de recuerdos. Los de Joana, que para encontrar marido hizo un pacto que inauguró una progenie aparentemente maldita. Los de Bernadeta, a quien le faltan las pestañas y, de tanta agua de tomillo que le vertieron en los ojos cuando era una niña, acabó por ver lo que no debía. Los de Margarida, que en vez de un corazón entero tiene uno de tres cuartos, rabioso. O los de Blanca, que nació sin lengua, con la boca como un nido vacío, y no habla, solo observa. Estas mujeres, y más, hoy preparan una fiesta.
Así sucede todo Te di ojos y miraste las tinieblas, en una noche eterna que parece contener un centenar de días y personas. La novela es ante todo una historia generacional, de supersticiones y esoterismo, pero también sobre el duro paso del tiempo y la supervivencia en el medio rural. Toda la novela se convierte en una especie de colcha de historias, no siempre bonitas, no siempre fáciles, que entretejen un tapiz familiar desbordante, inabarcable e inconmensurable, de personajes malditos más allá del tiempo. Un relato que viene y va como las olas del mar, construyendo una genealogía familiar de mujeres marcadas por un pacto con el diablo. Desde el s.XIX hasta buena parte del s.XX, Te di ojos y miraste las tinieblas se convierte en un retrato fragmentado de voces, donde personajes y acontecimientos se aglutinan y confunden para trenzar una peculiar historia familiar.
El torrente de voces
Quizás una de las cosas que más apreciaba de Canto yo y la montaña de voces era también esa variedad de voces, de narradores inesperados que nos construyen toda la historia. Sin embargo aquí, en Te di ojos y miraste las tinieblas, la verborrea se vuelve una especie de ametralladora de personajes que aparecen y desaparecen sin que apenas nos demos cuenta. El tono sigue siendo tenebroso y un tanto despiadado, dibujando esas atmósferas tétricas y un tanto opresivas que envuelven y fusilan al lector con cada párrafo. El lirismo y la poesía en su lenguaje, rozando lo casi onírico en ocasiones, sigue más que presente. Sin embargo, todo se vuelve más embarullado, como una especie de cascada que nos golpea continuamente en la cabeza y no nos deja escuchar bien. A pesar de todo, las atmósferas que crea Irene Solà me siguen atrapando, en su realismo sucio, en su cruel realidad y amargura repleta de erotismo y muerte.
Visitando nuestro folclore
Una de las cosas que más disfruto cuando leo a Irene Solà es la de descubrir parte de nuestro folclore. Sobre todo, uno que desconozco. Y aquí, una vez más, ese punto no falla, aunque el paisaje exterior como era en Canto yo y la montaña baila haya cedido su lugar al interior de un hogar como es la masía Can Clavell. Todo Te di ojos y miraste las tinieblas da la sensación de ser una fábula: una fábula familiar que se entreteje con el folclore regional y la tradición oral, que revisa como funcionan los pactos con el demonio y los recetarios medievales para trasladarnos a una dimensión comarcal más que palpable. Las maldiciones familiares, el uso de lo sobrenatural como explicación a todos los males y el tenebrismo siguen siendo marcas personales de Solá, en un libro absolutamente rural y despiadado, que una vez más y pese a su fragmentación, consigue envolverte por completo.
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