Prescindo del asa. Me gusta abrazar la cerámica con las dos palmas y tantos dedos como quepan sobre ella. Sorbo con tiento: otras veces la flama me hirió la lengua. El calor humeante me nubla los ojos, cortina de niebla espesa sobre el Monumento a Walter Scott y su piedra ennegrecida por la contaminación añeja. Camino sobre piedras mojadas, entre tabernas y casas medievales que reavivan entre sus paredes todos los mitos imaginables.
Vuelvo a fijarme en la ilustración del viejo castillo, finas líneas en relieve sobre la cerámica. Llego a éste por una cuesta empedrada, alcanzo cada una de sus terrazas y la más alta de sus torres, enfriadas ya. El té se termina, y también el fuego. Mi viaje se agota pero las sensaciones perdurarán.