Ha sido mi marido quien me ha enseñado a pedir perdón. Con mis hijos, me he reafirmado en la necesidad de este acto de contricción.
A ellos no les cuestaCuando los niños son seres inocentes, sin maldad, saben pedir perdón, aun sin decir una sola palabra.
Nuestros hijos nos perdonan, cada día, docenas de veces. Perdonan sin doblez, sin reservas, sin reproches, hasta olvidar completamente el agravio. Se les pasa el enfado mucho antes que a nosotros.
Esta bonita cita es de Carlos González, de su libro, Bésame mucho. Resume a la perfección la bondad con la que nacen nuestros hijos.
Cuando alguna vez, en mi tozudez, he alargado más de la cuenta un enfado con mi bebé gigante, el pobrecillo, al cabo de un rato, me preguntaba Mamá ¿ya estás contenta? Y me miraba con ojitos tristes pensando que su mamá ya no lo quería. Y yo, erre que erre, con mi enfado supino. Flaco favor le hacía con estas escenitas. Cuando él hacía rato que se le había pasado y quería seguir adelante, yo me negaba a darle lo que él más quería y necesitaba, un fuerte abrazo y olvidar lo sucedido.
A vueltas con la imitaciónComo siempre digo, los niños aprenden por imitación. Así que después de hacer autocrítica y controlar mi carácter de mula total, he dedicido que hay que pedir perdón y continuar con nuestra vida. Porque sino, corro el peligro de que mis hijos aprendan a afianzarse en el orgullo y la testarudez y sean incapaces de pedir perdón. Porque a pedir perdón, también se aprende.
Cuando saben más que los ratoncillos coloraosEl problema llega cuando esa bonita inocencia y bondad empieza a contaminarse de otros sentimientos menos amables. Ahora que mi bebé gigante tiene casi tres años y medio ha aprendido el siguiente patrón: Me porto mal, pido perdón, me vuelvo a portar mal, vuelvo a pedir perdón.
Cuando vuelve a portarse mal y ve que yo me enfado, su respuesta es ¡Pero si ya te he pedido perdón! Como si eso le eximiera de volverse a portar bien. Así que ahora que ha aprendido a pedir perdón me toca enseñarle que el perdón va seguido de la voluntad de no repetir una mala acción.
Sea como fuere, como decía al principio, mis hijos me han enseñado la satisfacción que produce, después de una rabieta, enfado, gritos y batalla a lo Segunda Guerra Mundial, un te pido perdón seguido de un fuerte abrazo, hace olvidar todos los malos actos y malos pensamientos que nos puedan entristecer el corazón.