Seguro que has oído más de una vez esta expresión e incluso la has dicho con tus amiguetes (o quién sabe si a tu pareja le gusta que le digan este tipo de cosas). El caso es que todo tiene su origen y sentido, y esta expresión no iba a escapar de ello.
El origen parece provenir del siglo XV, durante el reinado Juana la Loca (mal apodada) y Felipe el Hermoso. La corte de la corona estaba situada en Toledo, cuyos miembros en gran parte eran conquenses, como el capellán de la reina Diego Ramírez de Villaescusa.
Felipe era bastante mujeriego, lo cual Juana no soportaba (pues estaba enamorada con locura de él). Gran cantidad de amantes provenían de pueblos cercanos a los dominios de Diego Ramírez, por lo que para seguir con sus escarceos amorosos sin provocar el enfado de su reina, buscó una manera de lo más peculiar: Ordenó construir un pequeño observatorio astronómico.
Desde la nueva torre se podía determinar la dirección o situación de las ciudades del reino castellano. Al fin y al cabo era una práctica científica para lo que se había concebido el emplazamiento, práctica por la que Juana estaba desinteresada totalmente. Esta combinación de elementos propició que la torre astronómica fuera el lugar perfecto donde Felipe podía frecuentar el lecho con sus amantes.Hasta aquí todo está claro, pero ¿Cómo tuvo tal difusión? La respuesta puede que tenga cierto halo de leyenda, pero quien sabe.
En el momento que Felipe era llamado por sus pasiones internas al ver una dama castellana (que le llenara el ojo claramente), simplemente indicaba a su querida Juana que iba con la dama al observatorio donde “La iba a poner mirando para Cuenca” (para “mostrarle donde se situaban las ciudades castellanas”).
A partir de ahora podrías decirle a tu pareja: “Vamos al observatorio, que vamos a situar ciudades”.
Carlos Albalate Sánchez