Te propongo una cita

Publicado el 18 abril 2019 por Angeles

Como en otras ocasiones, les traigo hoy unas cuantas citas extraídas de libros que he estado repasando en los últimos días.

Y como las veces anteriores, algunas de esas citas, frases, ideas o reflexiones que me voy encontrado señaladas en las páginas, me traen al pensamiento a personas determinadas.

En efecto, me resulta inevitable relacionar pasajes concretos con personas concretas, incluidas las que amablemente visitan este blog, aunque es muy posible que para algunas de esas relaciones no haya una razón particular. Puede que ni siquiera conozca mucho a la personas a la que asocio con una determinada idea, con un determinado pensamiento; y puede que me equivoque por completo en algunos casos, claro está.

Por eso, tanto si acierto como si me equivoco, lo que me resulta verdaderamente interesante es que ustedes mismos me digan, si les parece bien, cuál o cuáles de las citas que les propongo les gusta más, o, si se da el caso, con cuál se sienten más identificados.

En cualquier caso, a mí me gustan tanto y me parecen tan interesantes todas, que me complace compartirlas aquí, porque creo que a ustedes también pueden gustarles. Y espero que así sea:

Rudyard Kipling. "Los propósitos de la lectura" (1912)

El señor Hamil me decía a menudo que el tiempo viene lentamente del desierto, con sus caravanas de camellos, y que no tiene prisa porque transporta la eternidad. Pero siempre resulta más bonito cuando se cuenta que cuando se ve en la cara de un viejo que se deja robar cada día un poco más, y si quieren mi opinión, al tiempo hay que buscarlo entre los ladrones.

Todo en este mundo viene a parar en simple nimiedad, y el hombre que por voluntad de otros, sin seguir sus inclinaciones o su propia necesidad, se consume trabajando por el dinero o por los honores, será siempre un loco.

El día y la noche, el día y la noche siempre. ¿No habrá nunca nada más? Acaso me volvía el mismo confuso deseo de que alguna vez, al despertarme, no hallara solamente el día y la noche, sino algo nuevo, deslumbrante y doloroso. Algo como un agujero por donde escapar de la vida.

Una regadera, un rastrillo abandonado en el campo, un perro tumbado al sol, un cementerio pobre, un lisiado, una granja pequeña, todo eso puede convertirse en el recipiente de mi revelación. Cada uno de esos objetos y los otros mil similares sobre los que suele vagar un ojo con natural indiferencia, puede de pronto adoptar para mí, en cualquier momento que de ningún modo soy capaz de propiciar, una singularidad sublime y conmovedora; para expresarla, todas las palabras me parecen demasiado pobres.

[...] empecé a comprender la importancia que tenía ser capaz de entusiasmarse por algo en esta vida. Él me enseñó que si te interesas por alguna cosa, sea cual sea, debes volcarte sobre ella con todas tus fuerzas. Abrazarla con ambos brazos, apretujarla, amarla, y sobre todo apasionarte por ella. Si no hay entusiasmo nada vale la pena.

En cierto momento de mi vida me hice mis cuentas: si salgo de casa para disfrutar de la compañía de una persona inteligente, de una persona honrada, me encuentro afrontando, por término medio, el riesgo de tropezar con doce ladrones y siete imbéciles que están ahí, dispuestos a comunicarme sus opiniones sobre la humanidad, sobre el gobierno, sobre la administración municipal, sobre Moravia... ¿Le parece que vale la pena? [...] Y además en casa estoy tan a gusto, y especialmente aquí dentro -alzó las manos para indicar y engoblar todos los libros de alrededor.

Las citas corresponden a las siguientes ediciones:

-Hugo von Hofmannsthal. Carta de Lord Chandos. Alba Editorial, 2001. Traducción de Antón Dieterich.

-Leonardo Sciascia. A cada cual lo suyo. Alianza Editorial, 1992. Traducción de Ester Benítez.