'TE QUIERO' por Salvador Sostres (El Mundo, 12/07/2012)

Por Jlmoreno @jlmorenot
UNA FAMILIA de vagabundos hurga en los contenedores de delante de la marisquería donde voy a cenar. Un padre y una madre, la hija tiene seis años o tal vez siete. Parece que ya se van cuando dice: «Te quiero mucho, papá», y el padre le responde: «Yo también,María».
Pienso que el dinero hace la felicidad y sobre todo que la falta de dinero nos hace profundamente infelices. Entiendo, asumo y apruebo que aportaciones indispensables a la vida de mi hija me van a costar dinero e incluso mucho dinero, y por eso trabajo, y trabajo bien, y trabajo mucho. Me gusta el reto que esta motivación plantea y que éste sea el sentido de mi vida.
Me repugna el entusiasmo de los turistas regresados de un país tercermundista y su retórica sobre la pureza de la sonrisa de aquellos niños rodeados de moscas y estiércol; y su cínica conclusión de lo felices que son a pesar de no tener nada.
Pero también pienso que en nuestro propósito de ser felices nos hemos confundido de estrategia. Incluso trabajando mucho, esforzándonos mucho y sacrificándonos mucho, en bastantes ocasiones nos hemos ido alejando del objetivo. No sé cuánto tiempo hace que no le digo a mi madre que la quiero. A mi esposa procuro decírselo un poco más, pero supongo que me deprimiría constatar la parte de tiempo que se nos va en discusiones banales y en futilidades, y de qué modo tan ridículo desperdiciamos a veces la vida en común que nos queda. Ella me dice últimamente que de un lado comprende que tiene que ir a trabajar, para proteger y potenciar el negocio de su familia, y del otro comprende todavía más, y con mayor gravedad, que nuestra hija no volverá a tener tres meses, ni cinco, ni diez.
Hemos confundido los medios con el fin de tal modo que si algún día nos preguntáramos qué estamos haciendo, en más de un punto tendríamos dificultades para contestar.
Pensamos en la educación de nuestros hijos, en su salud, en su ropa, en sus viajes y en cómo reunir el dinero que todo ello cuesta: y somos buenos padres porque precisamente así procedemos. Pero con demasiada frecuencia olvidamos que estamos hechos de amor y creemos que es de débiles y afeminados expresar nuestros sentimientos.

Por mucho que todo lo demás sea imprescindible, el éxito de una vida bien podría medirse por las veces y la intensidad y el esmero con que nos han dicho que nos querían y hemos dicho te quiero.