Hoy vengo a hablaros de un libro que descubrí por casualidad y que empecé a leer sólo por su título y su portada pensando encontrar una historia de zombis... no sé por qué toda imagen post-apocaliptica la relaciono inmediatamente con el universo zombi... al leer la sinopsis me despistó no encontrar ninguna alusión a muertos vivientes o algún virus aunque tampoco lo descartó, así que seguí con la lectura.
He de decir que en sus páginas no vais a encontrar zombis, pero si una historia que ha mi me atrapó desde el principio, la historia de un hombre que lo ha perdido todo, en un planeta asolado, con un único fin...
Así que si buscáis una historia breve, ya que son apenas 150 páginas, pero intensa y diferente, esta es la que andabais buscando. Para los que aun no os hayáis decidido, os dejo un fragmento a ver si sacáis conclusiones.
Aquí está el Teaser Monday de Entre Sangre y Arena de David Socorro.
Espero que lo disfrutéis y ver vuestros comentarios 💕
La verdad es que no sé lo que ocurrió, Ni siquiera recuerdo cuánto hace que ocurrió. Supongo que ya nadie lo recuerde y tampoco creo que tengan mucho interés en hacerlo. Hay cosas más importantes en las que pensar; qué comer o cómo protegerse.
Hace una semana que no veo a nadie con vida, igual más, igual menos, no lo sé, quizás esté perdiendo la noción del tiempo. Solo sé que ha pasado un día desde ayer y que mañana habrá pasado otro desde hoy. Bueno, el caso es que él tampoco lo recordaba, pobre John.
Al principio, todo el mundo hablaba de un temporal; una tempestad que ganó fuerza y se prolongó más de lo habitual. Nadie pudo imaginar que fuera el principio del fin. O, por lo menos, no la gente de a pie. Lo cierto es que se nos advirtió durante décadas y no hicimos caso. O no quisimos. O no nos interesaba en ese momento, pues, esto, en fin, lo veíamos tan lejano…
John, así se llamaba, el hombre que vi hace algo más o quizá algo menos de una semana. Él tampoco había visto a nadie desde hacía bastante tiempo, y decía la verdad, seguro (nadie miente en esas circunstancias). John fue el primero y lo hice sin pensar. Me precipité, lo sé. No estoy orgulloso de nada de lo que he hecho desde que todo empezó y sé que no lo estaré de las cosas que estoy haciendo, ni mucho menos de las que haré. Pero no creo que quede nadie a quien rendirle cuentas y, si algún día tengo que vérmelas con Dios al fin, quizá sea él quien deba dármelas a mí.
Hoy, por la mañana, encontré esta libreta en el garaje de aquella casa. La única vivienda en cuarenta kilómetros, al menos. También este boli con el que escribo. Espero encontrar pronto un lápiz en algún sitio, a este pobre le queda menos tiempo que a mí. Porque a mí me queda poco tiempo, eso está claro. Aunque espero que sea el suficiente.
No sé por qué empecé a escribir, estoy seguro de que nadie lo leerá jamás. No me relaja, no me alivia, pero no puedo dejar de hacerlo. No sé… al principio ni siquiera pensé cogerla, solo quería recorrer la casa de arriba abajoEntre Sangre y Cenizas de David SocorroCapítulo 1 Consigue tu ejemplaren papel en digitaly peinar hasta el último resquicio de los suelos de madera de sus dos plantas. Habitación por habitación. Encontrar algún indicio de que hubiera pasado alguien recientemente por allí, pero no encontré nada. Ni una huella de bota en la densa alfombra de cenizas que cubría el porche, ni un resto de cabello en los mugrientos sillones de aquel amplio salón, ni un tenue brillo anaranjado en las brasas de la chimenea que calentara la piel de la palma de mi mano al acercarla. La despensa de la cocina estaba vacía y el desagüe del inodoro, en el baño, totalmente seco. No había heces, tampoco orina. Ni rastro de ceniza dentro de la casa, pero sí una gruesa capa de polvo viejo que cubría el pasamano de la escalera que llevaba hasta la segunda planta. Subí. Al final de la escalera había otro baño más pequeño que no me molesté en revisar. Ahora que lo pienso,
debí hacerlo. A la derecha un pasillo rodeaba la escalera y dejaba atrás la habitación de un niño. Un niño pequeño, estoy seguro. Abrí la puerta. No estaba cerrada con llave, pero aun así, me costó un gran esfuerzo abrirla. Estoy muydébil, quizá tenga una costilla rota, puede que haya enfermado también, no lo sé. Todos los juguetes estaban recogidos en cajas de cartón a medio embalar y el polvo lo cubría todo. Hacía tiempo que nadie entraba allí, puede que desde antes, incluso, de que todo se fuera a la mierda. Seguí hacia el fondo del pasillo. Una puerta entreabierta dejaba escapar, por el resquicio, una hilera de cenizas que se amontonaba a pocos centímetros de la base del bastidor. La empujé despacio con la mano y el crujido de las bisagras me hizo estremecer (siempre he sido un cobarde, o al menos lo era). La ventana de aquel cuarto estaba cerrada, pero no encajaba bien. El aire seco y caliente, junto con la dichosa ceniza, se colaba por uno de los laterales y movía, como lo haría un fantasma, la ligera cortina de encajes. Seguí su orientación hacia la cama donde yacían dos cadáveres. Solo quedaba de ellos la ropa y los huesos. Uno se hallaba bocarriba, a mi parecer una mujer. Le quedaba poco pelo a un lado de la cabellera, pero el que conservaba era largo, de un color castaño que había degenerado en amarillentas canas. El otro lado lo ocupaba un enorme orificio de salida de una bala, seguro, aunque, ni vi, ni quise buscar el de entrada. La almohada aún conservaba las manchas marrones de la sangre seca y en el cabezal de la cama había un agujero en medio de un caos de astillas. El otro, un hombre, descansaba, de lado, sobre el pecho de la mujer. En su mano izquierda, el oxidado cañón del verdugo, y en la derecha, la foto de un niño. No sé por qué la guardé. He visto muchos cadáveres durante todo este tiempo, pero no me acostumbro a la siniestra sonrisa de una calavera. Me quedé un rato a los pies de aquella cama, observándolos, casi envidiándolos. Lloré durante un buen rato velando aquellos cuerpos y deseando, en el fondo, ser aquel hombre o, a estas alturas, haber corrido ya la misma suerte.