Durante las cumbres como la de Sevilla usted habrá visto que los políticos de la UE hablaban entre ellos agitando enormemente los cuerpos, sobreactuando con amplios gestos ante las cámaras, como los mimos y actores al estilo de Charlot, el Gordo y el Flaco y los hermanos Marx.
Estos dirigentes son muy charlatanes, pero no políglotas, por lo que en sus reuniones babélicas se expresan con aspavientos y lenguajes corporales locuaces, de manos y dedos indicando puntos en la lejanía, agitando mucho la cabeza para decir sí, y dejando los ojos en blanco.
Se abrazan como cosacos y se apuntan con el índice, entre risotadas, como diciéndose:
“Tienes una mancha de huevo en la chaqueta, José Mari, ja, ja”. “Lo tuyo parece de paloma, Berlusconi”.
Se palpan los antebrazos: “Estás fuerte, Tony; en la Cumbre de Berlín tenías menos bíceps”.
Uno levanta el pulgar, en un gesto de triunfo, los otros le contestan igual, y ninguno sabe a qué se refiere el que empezó.
En la foto de familia, los gobernantes de Europa se hacen aspavientos que parecen burlas, mueven la cabeza como los caballos cuando relinchan y emiten gemidos guturales, pequeños ladridos en idiomas inexistentes.
Dicen que son amigos, pero casi no se hablan porque dependen de los intérpretes, y si están juntos, leen con falsa atención los papeles elaborados durante meses por sus técnicos y ayudantes; luego, al firmarlos, piden que se recoja nuevamente todo su ritual de amables bufonadas.