Recuerdo cuando me dijiste eso con cierta ironía. Ambos reímos, cómplices. Yo te respondí que si realmente te creías tan importante. Tú fingías haberte metido en un aprieto. Ambos sonreíamos ante la broma. Y aquí estoy, como la necia que soy, escribiendo sobre ti, a pesar de que tú nunca lo sabrás y aunque yo no haya significado absolutamente nada para ti en comparación.
Recuerdo cada detalle de aquella tarde, que fue tristemente la única que tuvimos. Recuerdo el día gris y cómo me esperabas sentado. Recuerdo la posición de tus brazos, la manera en que me mirabas, tu risa nerviosa y tus frases inconexas. Recuerdo que derramé todo el azúcar del té sobre la mesa, y que después cambiaron la intensidad de la luz de las lámparas y todo se volvió extraño. Recuerdo el tiempo que hablamos, pero recuerdo más el tiempo en que sólo nos miramos. Recuerdo tus muecas y tu inseguridad, tus lágrimas contenidas y tus manos temblorosas. Recuerdo tu sinceridad, o lo que a mí me pareció sinceridad. Tus confesiones y tu vulnerabilidad. Y mi falsa seguridad arropándote.
Recuerdo ese momento de estar a punto de tirarnos por el precipicio de la incertidumbre. Ese instante que parecía eterno y que pasó, y me arrastró a un torbellino de emociones. Que me hizo estar en la cima del mundo mirando hacia abajo. Que me hizo sentirme llena aunque me vaciara con cada respiración. Ese instante que hizo que nada más me importara en ese momento.
Recuerdo -aunque con menos detalle- cuando paseábamos, rodeados de un aura de extrañeza, de un cambio entre nosotros que hacía quince minutos no estaba. De golpe todo se antojaba difícil, pero tú me transmitías seguridad y calidez con tus palabras, con tus caricias, con tus besos.
Curioso que dos días después ya no pudieras más conmigo y mis inseguridades, y que no fueras capaz de decírmelo a la cara ni de volver a saludarme. Pero más curioso es el hecho que pese a lo mucho que me esfuerzo en odiarte para no sufrir, no puedo hacerlo. Sigo recordando ese día con cariño y ternura; sigo recordándote como ese chico que se abría y me parecía frágil, ese al que yo parecía importarle.
Por eso no sé cuál ha sido el mejor teatro: el tuyo entonces o el mío ahora.