TEATRO › EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE TEATRO, VISTO DESDE UN ESCENARIO ATIPICOUn teatro en la profundidad de Formosa

Publicado el 11 noviembre 2014 por Fabricio @yosipuedochaco

  Por María Daniela YaccarDesde Formosa A orillas del río Paraguay, protegidos del sol por toldos naranjas, azules y verdes, trabajan Ana y Rubén. Manejan un puesto polirrubro en el inmenso mercado de Alberdi (departamento de Ñeembucú), un pueblo de 7 mil habitantes del país vecino, ubicado a 134 kilómetros de la capital paraguaya. Se llega en lancha desde la ciudad de Formosa, en un abrir y cerrar de ojos, con sólo presentar el DNI y pagar 20 pesos. Ana, que toma tereré con remedios refrescantes, es la mamá de Rubén. Ellos son casi los únicos comerciantes que abrieron este domingo. La mayoría de los habitantes de Alberdi está puertas adentro. Al mediodía, en “la playita” no hay nadie. En algunas casas se oye polca a todo volumen –también cumbia–, hay familias reunidas debajo de los árboles, conversando en guaraní, y algunos adolescentes en moto. Rubén, a quien le caen muy bien los argentinos porque son “sociables”, ofrece un paseo en moto. Lo regala. –No tengo en este momento una de dos ruedas. Pero tengo ésa –dice. “Esa” es una moto viejita, que tiene, detrás, un acoplado en el que él lleva y trae mercadería. Lo que se vende en este mercado proviene en parte de Asunción, La Salada y Ciudad del Este. Los formoseños compran ante todo electrodomésticos. Rubén sube una silla al carrito y empieza la odisea por calles de tierra. Ana presta un sombrero azul. Lejos del puesto hay un barrial gigantesco que hace tambalear el vehículo. Meses atrás el río desbordó y muchas casas quedaron bajo el agua. Como la de Rubén, que en sus paredes celestes conserva una línea recta que indica hasta dónde se inundó. El agua subió ocho metros y empezó a bajar recién hace un mes. Cuando vio que su vivienda comenzaba a inundarse, el vendedor trasladó todas sus pertenencias para el centro, en bote. Ana todavía no quiere ir a ver el estado de su hogar. Parte de la mercadería que se vende en Ñeembucú desemboca en el mercado paraguayo que está al otro lado del río, en la ciudad de Formosa. En varias cuadras hay de todo y a precios muy bajos; celulares, ropa, pavas eléctricas, gafas de sol. No se ven artesanías. “¿Qué le vendo?”, “¿qué puede ser?”, repiten musicalmente los comerciantes a todo el que se cruza por su camino. Es muy grande el mercado: unas 500 familias dependen de él. La del ferretero Luis, por ejemplo. “Acá sos comerciante, gendarme o te dedicás a la administración pública. No somos muy del teatro, somos más del folklore”, sentencia el hombre de hablar pausado. Luis –apático de la política, en una provincia joven y gobernada hace casi dos décadas por la misma persona– no sabe que en la capital de Formosa y en algunos pueblos se desarrolla un Festival Internacional de Teatro, organizado por el Instituto Nacional del Teatro, el gobierno formoseño y una ONG. No obstante, se muestra interesado. A 184 kilómetros de la ciudad, yendo por la Ruta 81 (la que va a Salta), se llega a Comandante Fontana. Se atraviesan kilómetros de campos, donde pastan vacas, ovejas, chivos y caballos. El paisaje está plagado de árboles, entre ellos algarrobos, quebrachos, lapachos y palmeras blancas. Se ven también víboras, iguanas, una tortuga cruzando la ruta; y, como hace calor y llovió mucho en los últimos días, charcos que son un festín para los niños. Se ven los nenes de la tristemente célebre comunidad qom, bañándose en uno de esos charcos, al costado de la ruta. “Este camino, antes, no estaba asfaltado”, relata Carlos, chofer que trabaja para el Poder Ejecutivo. Se tardaba muchísimo en llegar a algunos pueblos, en donde faltaban la luz y el agua. Pasando Palo Santo y la pista de baile Maricel, está Comandante Fontana: el único lugar del interior de la provincia donde hay una sala de teatro, que es sede del festival. El ocasional viento norte, el calor extremo y la tierra caracterizan este lugar ubicado en el centro de Formosa. En Fontana abundan los niños y los perros y las casas humildes, hay un polideportivo que está lleno de jóvenes, un hospital nuevo, uno viejo y abandonado que da miedo, tres secundarios, un Güemes de cemento lastimado en el hombro, una iglesia nuevita, una antigua que funciona como jardín de infantes. Están las huellas del ferrocarril que dejó de funcionar en el menemato. Y un edificio que impacta: un galpón, ex depósito, que se yergue a doscientos metros del monte virgen. La fachada es naranja, pertenece a la asociación civil Arlequín, y tiene en el frente un dibujo alusivo a la mitología local: dos pomberos, duendes de la zona que habitan los hornos de barro y de ladrillos. Todos alaban a María Cristina Devoto, motor cultural de este pueblo. Nacida en Corrientes, criada en Resistencia, ex maestra rural y ex profesora de Lengua de una secundaria de Fontana, 69 años, hoy jubilada, es la responsable de que esta sala exista. Los jóvenes que fueron alumnos suyos en el colegio Martín Guerrero conforman el grupo Arlequín, dan talleres aquí y en las escuelas de localidades vecinas que los piden. “Todos somos hijos de Cristina. Ella es la que va a trote y galope. Hay que hacerle un monumento”, dice Rosa Villalba, de Arlequín. Cristina y sus discípulos –más los hijos, los sobrinos y otros colaboradores– trabajan en los preparativos para Desastres, obra que dará más tarde el mítico grupo cordobés Cirulaxia. La sala funciona desde 1998 y la compró el INT para la asociación civil. La compra incluye, también, un edificio que está al lado, pero que en este momento está tomado. En 2005, a la sala teatral equipada con dos aires acondicionados y cuatro ventiladores se le añadió el camarín: un espacio que tiene la forma de un horno, hecho de ladrillos y protegido en el techo con una membrana. Se hizo con sólo cinco mil ladrillos para reducir gastos. Un sacerdote que actualmente está en Haití llevó a la zona este tipo de construcción, que también se aplicó en la colonia aborigen que está a 15 kilómetros de Fontana. Sentada en el pequeño hall del teatro, peleándose con un velador que no quiere funcionar, Cristina confirma lo que dijo Luis, el comerciante del mercado: “Acá son muy hospitalarios, pero también muy cerrados, introvertidos. La danza y la música son artes más populares. Funcionan pocos grupos teatrales. Pero el que es más tímido se desata si hace teatro”. Cristina hizo su esfuerzo para que la disciplina que amaba se metiera en el corazón de los locales. Cuando era profesora de Lengua impulsaba a sus alumnos a los actos escolares. Y cuando, allá por 2001, el INT ofrecía capacitaciones en la ciudad, mandaba “una bandada de gurises” a los talleres. “Me interesa la contención social”, dice la mujer. “Tenemos muchos chicos que viven en hogares disfuncionales y también el problema de la droga, que está entrando ahora. Consumen lo más barato, el paco. Pensamos que con un pequeño granito quizás podamos hacer algo.” En la sala no se hacen sólo espectáculos. Hay un coro, talleres de violencia familiar, se realizó un encuentro de estudiantes secundarios de distintas localidades y se impulsa, además, un festival dirigido a niños (Mitaí Phe Guará). También es salón de recepciones: en agosto se hizo la fiesta de casamiento de Javier –un miembro de Arlequín– y Maru, una española que ahora vive en Fontana. Se conocieron en una edición pasada del festival. Cerca de las nueve, un grupo numeroso se reúne en las puertas de la sala. Niños, sobre todo. Y jóvenes, muchos de ellos alumnos de los profesores de Arlequín. No bien aparecen en el escenario los tres graciosos actores de Cirulaxia, con un espectáculo muy Monty Phyton, esta sala, la única que hay en las profundidades de una provincia, estalla en una carcajada colectiva. Es la primera de unas cuantas.Las cifras del festival La décima edición del Festival Internacional de Teatro se realizó en la capital formoseña, Laguna Blanca, Las Lomitas, El Colorado, Comandante Fontana y Pozo del Tigre, con una asistencia de 30 mil personas. La organización corre por cuenta del INT, el gobierno de la provincia y la ONG Centro de Experimentación Artística Utopía 2000. La realización demandó una inversión de 1.400.000 pesos. Es un programa especial de la Subsecretaría de Cultura, dependiente del Ministerio de Cultura y Educación provincial. Participaron elencos de Uruguay, Brasil, Bolivia, Paraguay, Ecuador, Colombia, Cuba, Costa Rica y España. De la Argentina, actuaron grupos de Chaco, Corrientes, Entre Ríos, Buenos Aires, Formosa, Córdoba y CABA. Hubo más de treinta funciones, además de charlas y programas especiales (Teatro social y El teatro va a la escuela). El comité ejecutivo lo integran Daniel Luppo, encargado de las relaciones internacionales del evento; Antonio Alfredo Jara, subsecretario de Cultura de Formosa, y Carlos Leyes, del INT. Compartir:  Twitter A orillas del río Paraguay, protegidos del sol por toldos naranjas, azules y verdes, trabajan Ana y Rubén. Manejan un puesto polirrubro en el inmenso mercado de Alberdi (departamento de Ñeembucú), un pueblo de 7 mil habitantes del país vecino, ubicado a 134 kilómetros de la capital paraguaya. Se llega en lancha desde la ciudad de Formosa, en un abrir y cerrar de ojos, con sólo presentar el DNI y pagar 20 pesos. Ana, que toma tereré con remedios refrescantes, es la mamá de Rubén. Ellos son casi los únicos comerciantes que abrieron este domingo. La mayoría de los habitantes de Alberdi está puertas adentro. Al mediodía, en “la playita” no hay nadie. En algunas casas se oye polca a todo volumen –también cumbia–, hay familias reunidas debajo de los árboles, conversando en guaraní, y algunos adolescentes en moto. Rubén, a quien le caen muy bien los argentinos porque son “sociables”, ofrece un paseo en moto. Lo regala. –No tengo en este momento una de dos ruedas. Pero tengo ésa –dice. “Esa” es una moto viejita, que tiene, detrás, un acoplado en el que él lleva y trae mercadería. Lo que se vende en este mercado proviene en parte de Asunción, La Salada y Ciudad del Este. Los formoseños compran ante todo electrodomésticos. Rubén sube una silla al carrito y empieza la odisea por calles de tierra. Ana presta un sombrero azul. Lejos del puesto hay un barrial gigantesco que hace tambalear el vehículo. Meses atrás el río desbordó y muchas casas quedaron bajo el agua. Como la de Rubén, que en sus paredes celestes conserva una línea recta que indica hasta dónde se inundó. El agua subió ocho metros y empezó a bajar recién hace un mes. Cuando vio que su vivienda comenzaba a inundarse, el vendedor trasladó todas sus pertenencias para el centro, en bote. Ana todavía no quiere ir a ver el estado de su hogar. Parte de la mercadería que se vende en Ñeembucú desemboca en el mercado paraguayo que está al otro lado del río, en la ciudad de Formosa. En varias cuadras hay de todo y a precios muy bajos; celulares, ropa, pavas eléctricas, gafas de sol. No se ven artesanías. “¿Qué le vendo?”, “¿qué puede ser?”, repiten musicalmente los comerciantes a todo el que se cruza por su camino. Es muy grande el mercado: unas 500 familias dependen de él. La del ferretero Luis, por ejemplo. “Acá sos comerciante, gendarme o te dedicás a la administración pública. No somos muy del teatro, somos más del folklore”, sentencia el hombre de hablar pausado. Luis –apático de la política, en una provincia joven y gobernada hace casi dos décadas por la misma persona– no sabe que en la capital de Formosa y en algunos pueblos se desarrolla un Festival Internacional de Teatro, organizado por el Instituto Nacional del Teatro, el gobierno formoseño y una ONG. No obstante, se muestra interesado. A 184 kilómetros de la ciudad, yendo por la Ruta 81 (la que va a Salta), se llega a Comandante Fontana. Se atraviesan kilómetros de campos, donde pastan vacas, ovejas, chivos y caballos. El paisaje está plagado de árboles, entre ellos algarrobos, quebrachos, lapachos y palmeras blancas. Se ven también víboras, iguanas, una tortuga cruzando la ruta; y, como hace calor y llovió mucho en los últimos días, charcos que son un festín para los niños. Se ven los nenes de la tristemente célebre comunidad qom, bañándose en uno de esos charcos, al costado de la ruta. “Este camino, antes, no estaba asfaltado”, relata Carlos, chofer que trabaja para el Poder Ejecutivo. Se tardaba muchísimo en llegar a algunos pueblos, en donde faltaban la luz y el agua. Pasando Palo Santo y la pista de baile Maricel, está Comandante Fontana: el único lugar del interior de la provincia donde hay una sala de teatro, que es sede del festival. El ocasional viento norte, el calor extremo y la tierra caracterizan este lugar ubicado en el centro de Formosa. En Fontana abundan los niños y los perros y las casas humildes, hay un polideportivo que está lleno de jóvenes, un hospital nuevo, uno viejo y abandonado que da miedo, tres secundarios, un Güemes de cemento lastimado en el hombro, una iglesia nuevita, una antigua que funciona como jardín de infantes. Están las huellas del ferrocarril que dejó de funcionar en el menemato. Y un edificio que impacta: un galpón, ex depósito, que se yergue a doscientos metros del monte virgen. La fachada es naranja, pertenece a la asociación civil Arlequín, y tiene en el frente un dibujo alusivo a la mitología local: dos pomberos, duendes de la zona que habitan los hornos de barro y de ladrillos. Todos alaban a María Cristina Devoto, motor cultural de este pueblo. Nacida en Corrientes, criada en Resistencia, ex maestra rural y ex profesora de Lengua de una secundaria de Fontana, 69 años, hoy jubilada, es la responsable de que esta sala exista. Los jóvenes que fueron alumnos suyos en el colegio Martín Guerrero conforman el grupo Arlequín, dan talleres aquí y en las escuelas de localidades vecinas que los piden. “Todos somos hijos de Cristina. Ella es la que va a trote y galope. Hay que hacerle un monumento”, dice Rosa Villalba, de Arlequín. Cristina y sus discípulos –más los hijos, los sobrinos y otros colaboradores– trabajan en los preparativos para Desastres, obra que dará más tarde el mítico grupo cordobés Cirulaxia. La sala funciona desde 1998 y la compró el INT para la asociación civil. La compra incluye, también, un edificio que está al lado, pero que en este momento está tomado. En 2005, a la sala teatral equipada con dos aires acondicionados y cuatro ventiladores se le añadió el camarín: un espacio que tiene la forma de un horno, hecho de ladrillos y protegido en el techo con una membrana. Se hizo con sólo cinco mil ladrillos para reducir gastos. Un sacerdote que actualmente está en Haití llevó a la zona este tipo de construcción, que también se aplicó en la colonia aborigen que está a 15 kilómetros de Fontana. Sentada en el pequeño hall del teatro, peleándose con un velador que no quiere funcionar, Cristina confirma lo que dijo Luis, el comerciante del mercado: “Acá son muy hospitalarios, pero también muy cerrados, introvertidos. La danza y la música son artes más populares. Funcionan pocos grupos teatrales. Pero el que es más tímido se desata si hace teatro”. Cristina hizo su esfuerzo para que la disciplina que amaba se metiera en el corazón de los locales. Cuando era profesora de Lengua impulsaba a sus alumnos a los actos escolares. Y cuando, allá por 2001, el INT ofrecía capacitaciones en la ciudad, mandaba “una bandada de gurises” a los talleres. “Me interesa la contención social”, dice la mujer. “Tenemos muchos chicos que viven en hogares disfuncionales y también el problema de la droga, que está entrando ahora. Consumen lo más barato, el paco. Pensamos que con un pequeño granito quizás podamos hacer algo.” En la sala no se hacen sólo espectáculos. Hay un coro, talleres de violencia familiar, se realizó un encuentro de estudiantes secundarios de distintas localidades y se impulsa, además, un festival dirigido a niños (Mitaí Phe Guará). También es salón de recepciones: en agosto se hizo la fiesta de casamiento de Javier –un miembro de Arlequín– y Maru, una española que ahora vive en Fontana. Se conocieron en una edición pasada del festival. Cerca de las nueve, un grupo numeroso se reúne en las puertas de la sala. Niños, sobre todo. Y jóvenes, muchos de ellos alumnos de los profesores de Arlequín. No bien aparecen en el escenario los tres graciosos actores de Cirulaxia, con un espectáculo muy Monty Phyton, esta sala, la única que hay en las profundidades de una provincia, estalla en una carcajada colectiva. Es la primera de unas cuantas.Las cifras del festival La décima edición del Festival Internacional de Teatro se realizó en la capital formoseña, Laguna Blanca, Las Lomitas, El Colorado, Comandante Fontana y Pozo del Tigre, con una asistencia de 30 mil personas. La organización corre por cuenta del INT, el gobierno de la provincia y la ONG Centro de Experimentación Artística Utopía 2000. La realización demandó una inversión de 1.400.000 pesos. Es un programa especial de la Subsecretaría de Cultura, dependiente del Ministerio de Cultura y Educación provincial. Participaron elencos de Uruguay, Brasil, Bolivia, Paraguay, Ecuador, Colombia, Cuba, Costa Rica y España. De la Argentina, actuaron grupos de Chaco, Corrientes, Entre Ríos, Buenos Aires, Formosa, Córdoba y CABA. Hubo más de treinta funciones, además de charlas y programas especiales (Teatro social y El teatro va a la escuela). El comité ejecutivo lo integran Daniel Luppo, encargado de las relaciones internacionales del evento; Antonio Alfredo Jara, subsecretario de Cultura de Formosa, y Carlos Leyes, del INT. Compartir:  Twitter