Techo acolchado

Publicado el 12 febrero 2010 por Hache

TECHO ACOLCHADO
A veces has vuelto sin querer, como por inercia, y has dejado un rato la Tundra, y has bajado de las montañas heladas sorteando lobos y aludes y hambres y frío, envuelta en tu sola piel, para erguirte frente a mí, sentado y cataléptico. La escarcha de tus cabellos resbalaba, ya agua fría, por tus hombros y pechos y mojaba mis pestañas incrédulas y mi nariz y mis labios púrpura de inactividad. Yo apoyaba, con la paz de un suicida cayendo de un acantilado, la cabeza en tu vientre para escuchar los rumores y aullidos que traías de allá: el viento levantándole las faldas a los montes, el frío en tu cueva, los gritos de tribus extinguidas, tus noches en cinemascope. Me traías fósiles de lágrimas y cenizas de ecos ya apagados que convertíamos en té según una ritual receta, vieja y tonta, y bebíamos absortos en cuencos de nácar. Me traías cabelleras de muerto y collares con tibias y dientes de esqueleto. Y yo me reía de tu pelo sucio y de tu vestido de piel de marmota y todo quedaba apagado en las paredes acolchadas y en la cama metálica y en la puerta cerrada.
Y hace ya mucho tiempo que olvidamos las palabras, porque era ridículo decir lo que habíamos llorado o contarnos lo que habíamos visto. Y pasabas las llagas de tus manos macilentas con la rudeza con la que seguramente aplastas mosquitos prehistóricos contra las paredes heladas de tu exilio.
Y echabas de menos tu lanza y tus cuchillos de marfil cuando alguien entraba a avisar que la hora de visita había terminado. Pero aún tardaba en marcharse tu olor a crepúsculo, a cima de cordillera, a iglú y a fuego, y yo siempre quedaba mudo, admirando desde mi silla de ruedas los rombitos de metal oxidado en la ventana, con restos de tu saliva salvaje en el pecho.
David Galindo. Inédito.