Con la globalización, la seguridad social, la tele y la tontería, nos estamos yendo todos un poco p´allá. Acaban de traerme el pedido del súper, y me decía el buen señor que tiene un tumor en la L2. Gracias a todos los dioses juntos, acompañó la enunciativa queja con un toque en la espalda y pude colegir que la tal L2 no era un impreso ni un grupo mafioso italiano, sino una vértebra (¿me atreveré a llamarla lumbar?), con la cual comprensión deductiva –vale, facilona- he podido expresarle mi conmiseración y solidario espanto ante lo suyo, que, claro, no es poco. Más fácil me lo hubiera puesto si se hubiera referido a que tiene una vertebra jodida.
Vivimos una suerte de mundialización del tecnicismo, que –piensan muchos- nos hace parecer más cultivados, modernos y, en general, puestos.
Ahora, cuando alguien se caga las patas abajo ya no es diarrea o cagalera, sino gastroenteritis, que suena –dicen- muchísimo mejor –dónde va a parar: al váter- aunque te cagues igual.
Ya no tienes un dolor de cabeza de la hostia: ahora tienes cefalea, migraña, la novelesca jaqueca… La cabeza te tortura igualmente, pero lo vives con más glamur.
Afortunadamente y pese a los recién adquiridos tecnicismos de nuevos ricos, continuaremos jodidos de la espalda, tomando aspirina y yéndonos de vareta.
¡Qué le vamos a hacer! Señal de que estamos vivos.
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