Tecnodependientes a la fuerza

Por David Porcel
Las máquinas, siendo por sí incapaces de lucha, lograron que el hombre luchara por ellas. Mientras desempeña su cometido debidamente, todo va bien, por lo menos él así lo cree; pero tan pronto como deja de esforzarse en hacer progresar la maquinaria, fomentando la que es buena y destruyendo la mala, queda rezagado en la carrera de la competencia; lo cual equivale a condenarle a toda clase de penalidades y tal vez a la muerte. De manera que hoy mismo las máquinas sólo sirven a condición de que las sirvan, e imponiendo ellas sus condiciones. (Samuel Butler, Erewhon)  En efecto, parece que en el mundo tecnificado la fuerza normativa de la ética acaba cediendo al imperialismo de la tecnociencia que, con sus normas y preceptos, va modelando una nueva manera de vivir basada en un modo de sentir, de pensar y de actuar específicos. Como vaticina Franco Volpi, la ciencia y la técnica imponen obligaciones que vinculan más que todas las éticas escritas en el pasado. Frente a ellas, la ética y la moral tienen ya la belleza de fósiles raros. Pero estas normas y preceptos apenas vinculan si no hay detrás una imposición de mayor peso para el ser humano, un condicionante incondicional, de ésos que no admiten condiciones. Y es que, no son, como nos prometen, la seguridad y el bienestar las cualidades que se ponen en juego, sino la vida misma. En esto radica el poder de los poderosos.